Figura preeminente del Nuevo Cine Alemán, Win Wenders comenzó su periplo como cineasta tratando de dinamitar la servidumbre del medio cinematográfico con respecto a las reglas del relato: presentación, nudo y desenlace. Sus primeras películas dieron la espalda a la ficción, huían de cualquier idea preconcebida y navegaban sin prejuicios por el pantano de un cine político que ponía distancia con respecto al pasado belicista de la Alemania nazi.
Nick Cave, al que los años muerden en vano el barniz de armadillo que siempre le ha acompañado, ha sido y es una figura esencial en la escena del pop-rock. Australiano de origen, nacido hace 57 años, músico, cantante, actor, escritor y poeta, Cave ha sobrevolado con extraordinaria dignidad un proceso musical que arranca con los desgarros punk de los 70 para anidar, plácidamente y sin sombras sobre su coherencia y calidad, en la segunda década del siglo XXI.
En el último tercio de esta película de muchos personajes y enredos confusos, en la fase de la reconciliación y el encuentro, una de las protagonistas desvela el significado del título. Esos labios azules a los que remite, lo son por el tinte del vino. Un vino, en este filme dirigido por doce manos, entendido como vehículo de liberación, como elixir dionisíaco capaz de ahogar penas y mudar ánimos. Pero, aunque el afán del guión firmado por Daniel Mediavilla y Amaya Muruzabal, no sea otro que el de propiciar el encuentro y facilitar la armonía, la nota dominante de esta historia, rodada con el telón de fondo de los sanfermines, exuda una melancolía extrema.