Ante un filme tan ambicioso como Orígenes se corre el riesgo de pasar por alto los pequeños detalles y, en consecuencia, no reparar en un entramado casi imperceptible que no es sino un campo minado. Esa red, anudada con pistas y señales paradójicas, funciona como un mecanismo que hiere e interfiere su argumento: un pulso trucado entre la ciencia y la fe. Un discurso que su realizador y guionista, Mike Cahill, director de Otra Tierra, cree profundo, brillante y original.
En Escobar: Paraíso perdido la figura del famoso narcotraficante se acomete a tiro de mortero. Es decir, el filme no mira frontalmente al delincuente colombiano. En todo caso sus disparos para fijar su posición se realizan desde un punto ciego, el que facilita la relación de su sobrina con un surfista canadiense que llega a las playas colombianas para bailar sobre las olas, pero termina arrastrándose en el fango del crimen organizado.
Hubo un tiempo en el que el nombre de los hermanos Farrelly garantizaba ingenio, incorrección, hilaridad, desfachatez y veneno. Su capacidad de transgresión, unida a su sentido del ritmo, sonaba como trompetas renovadoras de la comedia americana. Títulos como Algo pasa con Mary, (1998) o Yo, yo mismo e Irene (2000), establecieron las cumbres de un humor heterodoxo, renovador.