Desde su primer minuto, Nolan lo deja claro. Interstellar ha sido construida con la ambición perfeccionista de Stanley Kubrick, con el músculo emocional de Frank Capra, con la minuciosidad espectacular de Alfred Hitchcock y con el sentido de la aventura de John Ford. Si lo prefieren, podemos formularlo de otro modo: Interstellar ha sido concebida para hacer historia y para ocupar un lugar de referencia en la cronología del cine.

Pronto se cumplirán veinte años, de aquel movimiento-invento, liderado por Lars von Trier, bautizado Dogma 95. Además de provocar algunos quebrantos entre la crítica más ortodoxa, en su mayor parte fervorosa parroquia del santoral establecido por la Nouvelle Vague, Dogma 95, con sus mandamientos y bromas encubiertas, sirvió para proyectar, más allá de los confines de Dinamarca, a un puñado de directores.

La suma de experiencias de Ricardo Ramón y Beñat Beitia daría lugar a la relación de la mayor parte del mejor cine de animación realizado en los últimos tres lustros en un país que maltrata a los ilus(ionad)os animadores. La relación de cadáveres anónimos, aunque no olvidados, que se han dejado tiempo, trabajo y talento para levantar una industria del cine de dibujos animados en España, es larga.