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El cazador: víctima y verdugo
Título Original: SERENA Dirección: Susanne Bier Guión: Christopher Kyle (Libro: Ron Rash) Intérpretes: Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Toby Jones, Rhys Ifans, Sean Harris, Blake Ritson, Sam Reid Nacionalidad: EE.UU. 2014 Duración: 109 minutos ESTRENO: noviembre 2014
Pronto se cumplirán veinte años, de aquel movimiento-invento, liderado por Lars von Trier, bautizado Dogma 95. Además de provocar algunos quebrantos entre la crítica más ortodoxa, en su mayor parte fervorosa parroquia del santoral establecido por la Nouvelle Vague, Dogma 95, con sus mandamientos y bromas encubiertas, sirvió para proyectar, más allá de los confines de Dinamarca, a un puñado de directores. Entre ellos, nacidos de las brasas de aquel juego provocador e inteligente, estaba Susanne Bier que fue quien mejor supo aprovechar la oportunidad de volar más allá de Dinamarca.
Nominada al Oscar por Después de la boda (2006), al año siguiente presentó Cosas que perdimos en el fuego y tres años después, arrasó internacionalmente con En un mundo mejor. Si repaso su procedencia es porque Serena, su última película, puesta en comparación con lo que fue Dogma 95, ofrece un radical proceso de transformación. Poco queda aquí de aquella Bier de Te quiero para siempre. Por el contrario, Serena se alinea en la nómina de tantos directores europeos que, deseosos de llegar a América, aprovechan su viaje para relatar la historia americana. Serena posee alma de western crepuscular y pretensiones de drama solemne a medio camino entre Shakespeare y Bergman. Cuando se pierde, se abisma hacia el folletín; cuando se eleva, compone minutos apreciables en torno a un personaje femenino dibujado con extraña dureza.
Hay una alta densidad simbólica extraída del libro de Ron Rash, de quien toma su alimento. El filme se abre y se cierra con el mismo paisaje de fondo y con un acto idéntico; una cacería. Situado en 1929, el año de la crisis de Wall Street, Serena fija su interés en el ocaso de una raza de aventureros seminal para la creación de EE.UU. pero desubicada en unos tiempos nuevos. En ese contexto, Serena, fusión imposible de Macbeth con La puerta del cielo, mezcla clasicismo formal con heterodoxia argumental; algo que estalla en una agridulce sensación de difícil digestión.
Nominada al Oscar por Después de la boda (2006), al año siguiente presentó Cosas que perdimos en el fuego y tres años después, arrasó internacionalmente con En un mundo mejor. Si repaso su procedencia es porque Serena, su última película, puesta en comparación con lo que fue Dogma 95, ofrece un radical proceso de transformación. Poco queda aquí de aquella Bier de Te quiero para siempre. Por el contrario, Serena se alinea en la nómina de tantos directores europeos que, deseosos de llegar a América, aprovechan su viaje para relatar la historia americana. Serena posee alma de western crepuscular y pretensiones de drama solemne a medio camino entre Shakespeare y Bergman. Cuando se pierde, se abisma hacia el folletín; cuando se eleva, compone minutos apreciables en torno a un personaje femenino dibujado con extraña dureza.
Hay una alta densidad simbólica extraída del libro de Ron Rash, de quien toma su alimento. El filme se abre y se cierra con el mismo paisaje de fondo y con un acto idéntico; una cacería. Situado en 1929, el año de la crisis de Wall Street, Serena fija su interés en el ocaso de una raza de aventureros seminal para la creación de EE.UU. pero desubicada en unos tiempos nuevos. En ese contexto, Serena, fusión imposible de Macbeth con La puerta del cielo, mezcla clasicismo formal con heterodoxia argumental; algo que estalla en una agridulce sensación de difícil digestión.