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La nave de los locos

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Murieron por encima de sus posibilidades cerraba, fuera de concurso, la presencia del cine español en esta 62 edición de Zinemaldia. Al contrario que La isla mínima, película española que abrió con brillantez el festival, fue el filme de Isaki Lacuesta un débil y autocomplaciente broche final que evidenció dos cosas. Primera, que su realizador posee una gran versatilidad narrativa y un mundo creativo singular. Segunda, que la comedia no es lo suyo.
Sin sumarme a quienes creen que más que fuera de concurso esta película debía haber estado fuera del festival, no encuentro en ella, más allá de sus buenas intenciones, esa lúcida ferocidad crítica que autoproclama. La presiento latente en la escritura de su argumento, pero la siento muerta en su traslado al cine.
Murieron por encima de sus posibilidades se disfraza de astracanada delirante que sienta en el banquillo de la acusación a los responsables de la crisis española. Banqueros, políticos, trepas, ejecutivos corruptos… parecen ser el objetivo de una diatriba que, por su atropello argumental y por una preocupante impericia profesional para mover los delicados hilos del humor, se diría que incluso puede ser percibida como perversamente reaccionaria.
Isaki Lacuesta, hombre bien acogido en Donostia donde salió encumbrado con la Concha de Oro por Los pasos dobles, presenta una trayectoria versátil y cuando menos notable. Cravan versus Cravan (2002), La leyenda del tiempo (2006) y Los condenados (2009), esta última también presentada en el festival de Donostia, señalan que el camino seguido por Lacuesta evita la repetición y no hace ascos al riesgo y a la experimentación. No siempre sus películas ofrecen la misma solidez pero, hasta ahora, siempre obedecían a un esfuerzo notable y a una coherencia inatacable. Podría gustar más o menos pero entre ambos extremos se imponía una mirada anclada en su propia personalidad.
La película que ahora ofrece Lacuesta olvida una lección básica. La gracia, el talento para la risa y la caricatura, descansa en la naturaleza interior, en el ritmo, en eso que en ese mundo que él retrató con el Camarón, se llama duende. Hay gente sin capacidad para lo humorístico y Lacuesta se comporta como uno de ellos. Podía haberlo subsanado con la ayuda de un buen guion pero, con su trayectoria, Lacuesta paga caro ese gesto de soberbia de creerse autosuficiente. Tan solo los parlamentos de Albert Pla y la entrega absoluta de los actores suministra taladrina a un filme que sin ellos, a los veinte minutos echaría humo.
A medio camino entre el hacer de Santiago Segura y sus amiguetes, y la tradición del costumbrismo del cine popular, eso que llamaban “españolada”, Murieron por encima de sus posibilidades fabrica una nave de locos que, en su pretendida acción justiciera contra un status quo frustrante, se lleva por delante todo lo que pilla. Lo mejor de este filme distorsionante y distorsionado hay que buscarlo fuera de él. Lacuesta reivindica al mejor Alex de la Iglesia. Murieron por encima de sus posibilidades parece estar forjada por los peores descartes, por lo que Alex de la Iglesia arroja al cesto de los papeles. En su descargo, habría que decir que esta película tenía otras intenciones, que su naturaleza pretendía desembocar en una serie de televisión… O sea que ha sufrido un proceso análogo al que llevó a David Lynch a realizar Mulholland Drive. Solo que Lynch hizo caso a su estilo, a esa llamada interior y forjó una pieza ejemplar nacida desde las entrañas. Lacuesta se mete como un turista en un paraje que ni conoce ni domina; olvida que hacer reír es lo más serio del mundo y filma una obra insignificante, porque nada significa. Una película fallida no porque no exista intención de corroer, sino porque sus colmillos no saben dónde morder, ni cómo ni para qué.

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