Argentina, Francia y Canadá no son precisamente pequeñas potencias, en el mercado de valores de lo cinematográfico. De los tres países hemos sabido para bien de las excelencias de sus mejores maestros y de sus grandes películas. Ayer, pese a la solvencia de su origen y pese al prometedor currículum de sus autores, la sensación que al final de la jornada se impuso, fue la de una olvidable tibieza, mezcla de estupor y decepción.