Hasta el observador más bienintencionado intuye que la presencia de un filme como The Equalizer en la sesión inaugural del Zinemaldia 62 obedece a motivos extracinematográficos. Sabíamos que era un peaje para tener glamour en la apertura, una concesión razonable para que ayer se viera por la ciudad y se pasease por el Kursal una estrella llamada Denzel Washington, al que se le obsequió con el Premio Donostia. A la vista de su trabajo en el citado filme estamos ante un galardón cuya cotización pierde peso específico a pasos agigantados.