El nombre de Catherine Deneuve señala y ennoblece algunas de las páginas más deslumbrantes de la Historia de cine. Al lado, no podría decir que bajo las órdenes, de Truffaut, Vadin, Buñuel, Polanski, Oliveira, von Trier, Ozon y un largo etcétera, Deneuve ha cultivado citas inolvidables a lo largo de medio siglo.

Bajo el disfraz de una obra de época, bien fotografiada, mejor interpretada e inteligentemente escrita, respira un filme notable que se interna en el resbaladizo territorio de la condición de la mujer en el pasado (pura melancolía del presente) para engarzar dos condiciones de agresión: la de género y la de raza.

Allí donde se amontonan los restos del naufragio en el que se consumen los vanos intentos de reflotar la saga de George Lucas, en la misma fosa en la que agoniza un sexagenario Indiana Jones, un director insolente, heterodoxo e irreverente llamado James Gunn, lidera una producción que puede ser considerada como el Star Wars de la segunda década del siglo XXI.

En alguna ocasión y en estas mismas páginas ya se ha dicho: fusionar cine y cocina rara vez da lugar a buenas películas. Por el contrario, casi siempre provoca peligrosas gastroenteritis mentales que conviene evitar. Primero las sufren quienes las hacen, suelen ser víctimas de una felicidad alelada. Luego traspasan ese virus a los incautos espectadores, que salen de la sala con vacío en las tripas y la cabeza hueca.

Mil veces buenas noches comienza y termina en idéntico escenario, Kabul, aunque con una sustancial diferencia. En uno y otro caso, ese ritual por el que dos bombas humanas proceden a cargarse de explosivos para morir matando, es recogido con muy diferente actitud por la misma reportera (Juliette Binoche) en un proceso del que cabría debatir hasta qué punto la presunta objetividad de la cámara inmuniza a quien la maneja de las consecuencias del acto que está captando.

Precedida por Once (2007), un insólito filme convertido en pieza de iniciación para quienes ahora se adentran en la treintena, Begin Again trata de no defraudar la creencia de que John Carney está llamado a rescatar el género musical del apartheid al que el tiempo del descreimiento digital había condenado.

Dentro de mes y medio, un filme titulado como éste, El protector inaugurará el festival de Donosti y servirá para que Denzel Washington acuda a cumplimentar la necesaria aportación de glamour y lujo que reclama el Zinemaldi. Esa coincidencia, hay otras muchas películas con el mismo título, subraya el agotamiento absoluto del cine comercial.