Poco después del principio y, luego, algo más tarde, cuando el nudo argumental ya comienza a presentirse, Brooklyn hace directa referencia a dos películas. Una, la primera, es El hombre tranquilo, la obra con la que John Ford homenajeó a Irlanda y levantó con ella un monumento al regreso del emigrante herido. La otra, Cantando bajo la lluvia -la madre de todos los musicales, surgida del entendimiento entre Stanley Donen y Gene Kelly-, es un acto de fe en la vida, una película de esas que hacen cine grande dentro del cine eterno.

Licenciado en Arte y Semiótica, Todd Haynes sabe que su cine está bien hecho. Él respira plenitud, se sabe seguro y eso se (le) nota. Basta con contemplar una secuencia, cualquiera, la más irrelevante de las sólidas imágenes que labran este filme, para percibir que ahí hay un cineasta de prosodia elegante, alta sensibilidad y refinada caligrafía.

Costaría trabajo, sin información previa, identificar que el director de La caza (2012), Submarino (2010), Querida Wendy (2005) y Celebración (1998) es la misma persona. Quién podría imaginar que el Thomas Vinterberg que hace dos décadas inventó, junto a von Trier, Dogma 95, acabaría resolviendo este pulcro, medido y fascinante melodrama romántico titulado Lejos del mundanal ruido.

El status de Fred Schepisi le condena a ese pelotón de directores cuyo nombre no se olvida nunca del todo pero al que nunca se le echa de menos. Está ahí y siempre al frente de películas destinadas a ser carne de pelotón, gregarios ajenos a los que nunca se les invitará a la noche del Oscar y raramente conseguirán récords de taquilla.

La presencia andrógina de Tilda Swinton y el hieratismo interpretativo de Tom Hiddleston conducen con fascinante solemnidad esta visión distópica del jardín de las delicias. En él, llamar a sus personajes Adán y Eva no es tanto una concesión a lo obvio como un subrayado a la condición humana y a su anhelo de permanencia eterna.

A los quince minutos, las alarmas que provoca Don Jon se apoderan incluso de aquellos espectadores que se identifican con su protagonista. A la hora y cuarto se hace evidente que este actor-director-guionista sabe lo que hace y en ese hacer lo que sabe late una bofetada a tanta exaltación erótica de comedia gruesa para descerebrados que van al cine en busca de carne, chistes y destrucción.

El viaje a través del tiempo nos ha acompañado desde que el hombre fue capaz de convocar esa hipotética posibilidad. Recapitulemos. De Borges a Dickens; de Asimov a H.G. Wells; de Michael Crichton a Mark Twain, las alusiones, los mecanismos que se utilizan para hacer que el ser humano se pasee por el calendario como lo hace por las carreteras de su provincia, son diversos, polimórficos. En el mundo del cine, las referencias a ese periplo a través del crono no tienen la obligatoriedad de acudir a la física cuántica.