Cortometrajista (y bueno) durante unos cuantos años, Esteban Crespo se suma a la nueva remesa de directores españoles dispuestos a reclamar un hueco en un panorama dominado por apergaminadas producciones televisivas hechas de ansias comerciales y maltrechas por deserciones autorales.

El estreno de La bella y la bestia se produce en medio de datos incontestables sobre la buena estrella de Disney. Sostenido por dos columnas ajenas, Pixar y Marvel, el estudio más inequívocamente yanqui de todos, convierte en dólares todo lo que toca. Pero no solo es la ayuda exterior la que mantiene al alza las acciones de Disney, también su historia anterior viene a sumarse a esa felicidad de hambre insaciable, de éxito ininterrumpido a fuerza, eso sí, de esforzarse por cumplir el primer fundamento del fundador: los adultos solo son niños que han crecido.

La novela que suministra aire a La luz entre los océanos destila la esencia del folletín. Basta con esperar quince minutos para saber que Derek Cianfrance se ha embarcado en esta travesía con un material altamente inflamable. Su guión no pertenece a este tiempo. Si se hubiera filmado hace ochenta años por Griffith nadie le pondría pegas. Si hace cuarenta hubiera encontrado un director como David Lean, todo se habría aceptado.

Es posible que le lluevan los Oscar, pero por mucho que en ella canten, por mucho que se le aplauda, nadie puede negar que carece de la grandeza de los grandes musicales clásicos de los años 30, 40 e incluso 50. Como espectáculo, en su zona media, se aburre a sí mismo. Como melodrama, su argumento resulta banal e incluso frustrante. Además, en el hacer y estar de sus intérpretes, se pasa de frenada.

No debe ser fácil llevar un apellido ilustre. Hijo y sobrino respectivamente de Fernando y David Trueba, dos torres en el ajedrez del cine español, Jonás carga con un pesado lastre. En el debe se le tributará la ayuda de la sangre; en el haber, arrastrará los tropiezos propios y soportará los despropósitos heredados.

Hay muchas películas en ésta, hay muchos tiempos narrativos, hay mucha imprecisión y, entre tanto mucho, todos se olvidan de que habitaba una hermosa historia dentro. Lo que Koldo Serra no ha tenido es un buen guión. Tampoco, a la vista de su contenido, parecería que la mirada de Serra hacía de él la persona idónea para este fresco histórico. En él se muestra, como telón de fondo, el bombardeo de Gernika. Franco dio la orden, los nazis de la legión Cóndor echaron las bombas, los habitantes de un pueblo en cuyo núcleo fundacional se alza un símbolo, fueron las víctimas escogidas de lo que sería la norma de las nuevas guerras del futuro.

Pronto cumplirá 81 años. Ha filmado casi medio centenar de películas, todas ellas dirigidas y escritas por él. Así mismo, muchas de ellas, hasta que cumplió los 70, han sido protagonizadas por él y él aparece proyectado en las situaciones, personajes, emociones, ideas y opiniones que (re)crea a partir de sí mismo.

Hay algunas cosas interesantes en La correspondencia, el último filme de Giuseppe Tornatore, un realizador que rueda casi siempre con alto presupuesto e infinita ambición. Pero hay que buscarlas con cuidado. Se impone, para disfrutar de ellas, evitar la banalidad y no acusar la desproporción del guión. Si se deja a un lado su tronco narrativo, es posible apreciar que, aunque escondidos, en este filme hay algunos méritos.

Con factura impecable, aire de alta comedia, -es decir no busca la carcajada evidente sino la sonrisa cómplice-, y pulso ágil, Noche Real puede ser definida como una nadería tan agradable como inocua. Posee el aroma británico de una fruslería para acompañar al té de las cinco. Viene firmada por Julian Jarrold un profesional que conoce el oficio a fondo, lleva 30 años sin parar de trabajar para el cine y la televisión. Su obra siempre es correcta, sus películas viven en la discreción total. Ni gustan, ni disgustan. O dicho de otro modo, su trabajo se ve bien y se olvida rápido.