Extraños en el jardín de las delicias
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Título Original:ONLY LOVERS LEFT ALIVE Dirección y guión: Jim Jarmusch Música: Jozef Van Wissem Intérpretes: Tom Hiddleston, Tilda Swinton, Mia Wasikowska, John Hurt y Anton Yelchin Nacionalidad: Reino Unido y Alemania. 2013 Duración: 123 minutos ESTRENO: Junio 2014
 
La presencia andrógina de Tilda Swinton y el hieratismo interpretativo de Tom Hiddleston conducen con fascinante solemnidad esta visión distópica del jardín de las delicias. En él, llamar a sus personajes Adán y Eva no es tanto una concesión a lo obvio como un subrayado a la condición humana y a su anhelo de permanencia eterna. Armado con esas galas, Jarmusch, arquetipo del cine indie neoyorquino, se reinterpreta a sí mismo en un relato revestido de goticismo postindustrial. El vampirismo, metáfora de casi todas las perplejidades contemporáneas, de la perversión sexual a la narcodependencia, impregna todo lo que es Solo los amantes sobreviven. Estos vampiros, que nada tienen que ver con la estulticia gratuita de Crepúsculo y otras zarandajas, llevan, como el Nosferatu de Murnau, el peso de la humanidad y su cultura prendida en la angustia del ser. Pero no ignoremos que aquí, el género es puro pretexto, sugerente envoltorio que alberga segundas intenciones y terceras lecturas. Jarmusch lleva treinta años retorciendo los géneros cinematográficos. Lo hizo con el western, Dead Man (1995); con el thriller, Ghost Dog (1999); con la comedia, Broken Flowers (2005); incluso lo hizo con una road movie carcelaria, Down by Law (1986). La escalera al cielo que recorren los vampiros protagonistas de Solo los amantes sobreviven se llena de ecos míticos, de resonancias cinéfilas. Las referencias, como corresponde a un cineasta ilustrado, abundan. Las nuevas ideas, también. Pero lo que domina todo se encuentra en los reconocibles rasgos de un estilo propio. Se pueden rastrear las huellas de Nicholas Ray, de Win Wenders y de una legión de cineastas. Pero si de alguien hay que hablar al diseccionar esta película es de Jim Jarmusch. En esta entrega, un paso a dos con pequeñas presencias, deslumbrantes pero episódicas, la dialéctica manda. Dos ciudades, Detroit y Tánger, y dos conceptos vitales tan opuestos como semejantes, lo masculino versus lo femenino, Oriente frente a Occidente, el tiempo antiguo contra el presente… y la idea de viaje como metonimia del ser. El travelling que no cesa preñado de moralidad sin Evangelio. Y, al fondo, un musical iconoclasta e hipnótico. Jarmusch está hecho con los mismos monstruos que habitan los sueños de gentes como Nick Cave, Jimmy Page y Tom Waits. Su Adán se formaliza a su imagen y semejanza: mezcla de un rock star desvitaminado con la lánguida melancolía de un vampiro que esconde una bala de madera para cuando haga falta. Con ese pretexto, Jarmusch obtiene de Tilda Swinton una encarnación física estremecedora. Todo en el filme se mueve ritualizado, arañando al reloj su ritmo, a contrapié, con la sensación de vivir una decadencia que no es sino la de un mundo que periclita sin brillo, sin esperar una epifanía. En el filme se habla de un mundo habitado por dos especies, zombies y vampiros. No están en lucha. Simplemente se dejan llevar por la corriente de un río que agoniza. Pero mientras llega el final, en un paisaje lleno de impostura, dos cosas importan. El arte, explicitado en una música que el propio Jarmusch interpreta, y el amor. Eso es la vida para Jarmusch y con eso configura esta fantástica película.
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