Convertido en libro de iniciación, la célebre entrevista que a lo largo de seis días sostuvo el joven Truffaut con el veterano Hitchcock representa un lugar común para los aspirantes a director; una suerte de texto sagrado. En El cine según Hitchcock, Truffaut, película a película (re)hizo el camino del cineasta británico en busca de la clave de su estilo. El francés preguntaba, el inglés aceptaba el juego. A veces, también él contraatacaba a su modo.

Cuando se cumple media hora de duración, Objetivo: Londres ya no tiene nada que decir. En ese momento, el mundo, según la fábula distópica que convoca y pergeña el filme de Babak Najafi, ha perdido a buena parte de sus líderes. El terrorismo controla Londres y el presidente de los EE.UU. se ha convertido en una pieza de caza sobre la que sobrevuelan como buitres un número inagotable de mercenarios islámicos. Es el único líder mundial vivo.

La historia de Madame Marguerite tiene la mirada puesta en la hermana de los hermanos Marx, de quien toma su nombre a modo de guiño y homenaje, y los pies asentados en la vorágine que sacudió la Francia de los años 20. Allí, en pleno delirio del París de los surrealistas y dadaístas, sacudida por los arrebatos de la sociedad que lamía las terribles cicatrices de la primera guerra mundial sin percibir que aquellos horrores iban a ser superados por otros que tenían que venir, Xavier Giannoli firma un filme tan sobrecogedor como extraño.