Hay algo más que ironía cuando, con el plano de apertura, la voz del narrador, que luego sabremos pertenece a Igor, avisa de que estamos ante una historia conocida. Tiene razón. Toda persona que se dispone a ver un filme titulado Victor Frankenstein algo sabe (y algo prevé) respecto a su argumento. Por otra parte, en la ficha técnica, su guionista no duda en reconocer la inspiración a quien fue su creadora, Mary Shelley; pero también en esto, como en todo lo anterior, nada es exactamente lo que parece, nada se ajusta al pie de la letra.

Julieta, pese a sospechosas defensas encendidas desde la amistad, certifica que el talento de Pedro Almodóvar emite señales de hipotermia. Su arquetípico cine (mal)vive en horas blandas. Se observa una preocupante anemia narrativa en el autor que mejor radiografió la España de la transición. Y eso ocurre justo cuando el milagro de los 80 huele a truco de feria. Ahora que la movida (a)parece helada y que el contrapeso de la ruralidad manchega de unas raíces fosilizadas no (con)mueve nada, Almodóvar no corre como antaño; ahora apenas anda.

Arrasó en Sitges donde fue aclamada como mejor película de la edición 2015. Un galardón que le viene un poco grande pese a que, nadie le discute, su efectiva solidez y la gran habilidad de obtener un rendimiento muy superior al que le habita en su material de partida. En el Festival de Sitges, donde confluyen las propuestas más radicales, las más extrañas y más arriesgadas del cine contemporáneo “fantástico” suele ser habitual que, en su palmarés, se impongan pequeñas pero efectivas propuestas en una decisión siempre conservadora.