Nuestra puntuación
La violencia y el perdón
Título Original: LA PATOTA Dirección: Santiago Mitre Guión: Mariano Llinás y Santiago Mitre a partir de la historia de Eduardo Borrás Intérpretes: Dolores Fonzi, Oscar Martínez, Esteban Lamothe y Cristian Salguero País: Argentina. 2015 Duración: 103 minutos ESTRENO: Noviembre 2015
Con Paulina se encienden los fuegos de la polémica. En ese viacrucis que estación a estación sigue su joven protagonista, la audiencia se ve forzada a tomar partido. Tras su visión resulta obligado cuestionarse por qué Paulina se comporta así ante lo que (le) pasa. Ese lo que (le) pasa tiene su origen en el título original, La patota, vocablo que sirve para definir a una pandilla de jóvenes cachorros sedienta de sexo, violentos e ignorantes, con pulsión primitiva. Al cambiar el título original, la distribuidora española devuelve el protagonismo a la víctima en un gesto de reparación poética.
Como aquel viejo y mitificado filme búlgaro, Cuerno de cabra (1972), en el núcleo duro de este filme late un dilema moral, un abismarse ante el vacío de la venganza. El segundo largometraje de Santiago Mitre (El estudiante, 2011) se ha paseado por los festivales y siempre se lleva algún premio en la maleta. A su alrededor deja retinas heridas, sensaciones de incomodo e intensos debates sobre la decisión de Paulina.
En pocos minutos, Mitre desarrolla su estrategia. Paulina es una joven mujer brillante y comprometida. Hija de un juez, acaba de finalizar con éxito la carrera de derecho. Pero en contra de la opinión paterna, en lugar de tomar la pista de salida de una espectacular carrera profesional, Paulina decide ocupar un puesto en la primera línea de playa para participar como profesora en un ambiente rural marcado por la pobreza y la brutalidad. Las diferencias culturales y sociales entre esa joven maestra y sus alumnos son evidentes y precisamente tender puentes para limar tanta distancia, combatir esa desigualdad, es lo que Paulina desea desde un posicionamiento ético que tiene como norte la igualdad y la justicia.
Pronto se descubre que lo que el joven director argentino planea es adentrarse sin maniqueísmos ni sordinas en las paradojas de la condición humana. Que Paulina esté llena de buenos sentimientos y aleccionadoras ideas, no le inmuniza de sentir el zarpazo de la miseria por parte de quienes ella pretende ayudar.
La cuestión es que Santiago Mitre parte de los restos recompuestos del filme del mismo título que en 1961 dirigió Daniel Tinayre. De aquel oscuro filme, blanco y negro en el amanecer de los llamados Nuevos cines, empapado del hacer de Elia Kazan, Rosselini y Bergman, a este remake, perfectamente incardinado en el segundo decenio del segundo milenio, hay enormes diferencias. En su reconstrucción Mitre evidencia buen pulso y sutil habilidad. De ahí las enormes complicidades que levanta. La relectura de Mitre pretende una puesta al día que se percibe como veraz, oportuna y cabal. Hoy como hace 54 años, la tragedia en su fundamento, la violación salvaje de un grupo de hombres a una mujer indefensa, provoca parecidos estremecimientos, idénticas repulsas.
Pero si el espectador se enfrenta a este filme sin la referencia de la película que adapta, percibirá en su desenlace un extrañamiento argumental, una zona de estupor, un chirriante desajuste allí donde lo que se pone en juego son las singulares decisiones que asume la protagonista. En ese laberinto moral al que se ve sometida Paulina se produce un decisión determinante. En el filme de 1961, Paulina era una mujer religiosa aferrada a la moral católica. En esta adaptación de 2015, Paulina se mueve por razones humanitarias. Esa es la cuestión, que Mitre sigue fiel a una psicología escrita hace medio siglo y que ahora, sin el peso de la cruz, parece increíble o cuando menos, desconcierta.
Como aquel viejo y mitificado filme búlgaro, Cuerno de cabra (1972), en el núcleo duro de este filme late un dilema moral, un abismarse ante el vacío de la venganza. El segundo largometraje de Santiago Mitre (El estudiante, 2011) se ha paseado por los festivales y siempre se lleva algún premio en la maleta. A su alrededor deja retinas heridas, sensaciones de incomodo e intensos debates sobre la decisión de Paulina.
En pocos minutos, Mitre desarrolla su estrategia. Paulina es una joven mujer brillante y comprometida. Hija de un juez, acaba de finalizar con éxito la carrera de derecho. Pero en contra de la opinión paterna, en lugar de tomar la pista de salida de una espectacular carrera profesional, Paulina decide ocupar un puesto en la primera línea de playa para participar como profesora en un ambiente rural marcado por la pobreza y la brutalidad. Las diferencias culturales y sociales entre esa joven maestra y sus alumnos son evidentes y precisamente tender puentes para limar tanta distancia, combatir esa desigualdad, es lo que Paulina desea desde un posicionamiento ético que tiene como norte la igualdad y la justicia.
Pronto se descubre que lo que el joven director argentino planea es adentrarse sin maniqueísmos ni sordinas en las paradojas de la condición humana. Que Paulina esté llena de buenos sentimientos y aleccionadoras ideas, no le inmuniza de sentir el zarpazo de la miseria por parte de quienes ella pretende ayudar.
La cuestión es que Santiago Mitre parte de los restos recompuestos del filme del mismo título que en 1961 dirigió Daniel Tinayre. De aquel oscuro filme, blanco y negro en el amanecer de los llamados Nuevos cines, empapado del hacer de Elia Kazan, Rosselini y Bergman, a este remake, perfectamente incardinado en el segundo decenio del segundo milenio, hay enormes diferencias. En su reconstrucción Mitre evidencia buen pulso y sutil habilidad. De ahí las enormes complicidades que levanta. La relectura de Mitre pretende una puesta al día que se percibe como veraz, oportuna y cabal. Hoy como hace 54 años, la tragedia en su fundamento, la violación salvaje de un grupo de hombres a una mujer indefensa, provoca parecidos estremecimientos, idénticas repulsas.
Pero si el espectador se enfrenta a este filme sin la referencia de la película que adapta, percibirá en su desenlace un extrañamiento argumental, una zona de estupor, un chirriante desajuste allí donde lo que se pone en juego son las singulares decisiones que asume la protagonista. En ese laberinto moral al que se ve sometida Paulina se produce un decisión determinante. En el filme de 1961, Paulina era una mujer religiosa aferrada a la moral católica. En esta adaptación de 2015, Paulina se mueve por razones humanitarias. Esa es la cuestión, que Mitre sigue fiel a una psicología escrita hace medio siglo y que ahora, sin el peso de la cruz, parece increíble o cuando menos, desconcierta.