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Estoy que ardo
Título Original: THE LAST WITCH HUNTER Dirección: Breck Eisner Guión: Cory Goodman, Matt Sazama y Burk Sharpless Intérpretes: Vin Diesel, Elijah Wood, Michael Caine, Rose Leslie y Julie Engelbrecht País: EE.UU. 2015 Duración: 106 minutos ESTRENO: Noviembre 2015
En los postreros minutos de lo que ya ha perdido el norte, Vin Diesel, más Arnold Schwarzenegger que nunca, lanza un grito de guerra: “Estoy que ardo”. Lo que viene a continuación no es necesario explicarlo por razones obvias. Lo que sobreviene es una traca final que aspira a ser un infierno pero que en realidad calienta menos que la llama de un mechero. De hecho, alivia pensar que la citada frase le pertenece más al actor que a su personaje y que, en el fondo, lo que Diesel significa es que a la largo de casi dos horas su película le aburre, le abruma. No es que arda, es que se ha quemado.
Y sin embargo, en sus minutos iniciales, en una bella secuencia en la que un grupo de rudos guerreros medievales cruza un paisaje helado en busca de venganza, da la impresión de que nos aguarda un épico e intenso filme de magia bizarra; un puro sword and sorcery en vena arrancado de una deriva que con más o menos disimulo saquea la idea de Los inmortales (1986) de Russell Mulcahy.
De hecho, en la secuencia con la que amanece El último cazador de brujas queda formulado su simétrico argumento. Su principal personaje, Kaulder (Vin Diesel) lidera una patrulla de castigo que pretende acabar con la Reina de las Brujas. Su empeño de sangre y fuego, le costará caro. Una maldición a la vida eterna, una vida errante y en permanente dolor por la pérdida de su mujer y su hija.
La siguiente escena tiene lugar en el tiempo presente, 800 años más tarde, con un Diesel que ya no luce el aspecto hipster que gastaba en la Edad Media y al que volverá en una serie de flash-backs que nada aportan a la trama. Ni la dirección de Breck Eisner (Sahara, 2005; y The crazies (2010) ni la debilidad de un texto sin mordiente ni originalidad, ayudan a un producto nacido para descansar en el fondo de una repisa del cine B de espada y brujería. De nada sirve que al pétreo Diesel le acompañen un veteranísimo Michael Caine o un desorientado Elijah Wood. Ambos son comparsas, ambos encarnan a sendos sacerdotes encargados de contener la lucha bíblica de Kaulder contra la magia negra. Pero sin guión, nada se sostiene. Y el que aquí mueve su núcleo vertebral, parece yermo.
Y sin embargo, en sus minutos iniciales, en una bella secuencia en la que un grupo de rudos guerreros medievales cruza un paisaje helado en busca de venganza, da la impresión de que nos aguarda un épico e intenso filme de magia bizarra; un puro sword and sorcery en vena arrancado de una deriva que con más o menos disimulo saquea la idea de Los inmortales (1986) de Russell Mulcahy.
De hecho, en la secuencia con la que amanece El último cazador de brujas queda formulado su simétrico argumento. Su principal personaje, Kaulder (Vin Diesel) lidera una patrulla de castigo que pretende acabar con la Reina de las Brujas. Su empeño de sangre y fuego, le costará caro. Una maldición a la vida eterna, una vida errante y en permanente dolor por la pérdida de su mujer y su hija.
La siguiente escena tiene lugar en el tiempo presente, 800 años más tarde, con un Diesel que ya no luce el aspecto hipster que gastaba en la Edad Media y al que volverá en una serie de flash-backs que nada aportan a la trama. Ni la dirección de Breck Eisner (Sahara, 2005; y The crazies (2010) ni la debilidad de un texto sin mordiente ni originalidad, ayudan a un producto nacido para descansar en el fondo de una repisa del cine B de espada y brujería. De nada sirve que al pétreo Diesel le acompañen un veteranísimo Michael Caine o un desorientado Elijah Wood. Ambos son comparsas, ambos encarnan a sendos sacerdotes encargados de contener la lucha bíblica de Kaulder contra la magia negra. Pero sin guión, nada se sostiene. Y el que aquí mueve su núcleo vertebral, parece yermo.