Cuando Woody Allen se cae, Dostoyevski le levanta

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Título Original: IRRATIONAL MAN Dirección y guión:  Woody Allen Fotografía: Darius Khondji Edición: Alisa Lepselter Intérpretes:  Joaquin Phoenix, Emma Stone, Parker Posey y Jamie Blackley  País: EE.UU. 2015 Duración: 95 minutos  ESTRENO: Septiembre  2015

Se dijo esto en estas páginas. En el cine de Woody Allen, cada nueva película se comporta como un eslabón más de una obra férreamente entrelazada. Una pieza que se articula con la anterior y que abraza a la siguiente. Tan parecida como diferente, tan genéticamente reconocible como específicamente distinta a las demás.
Hace tiempo que Allen dejó de entender el oficio como si cada nueva película fuera la última. Hace ya muchos años que filma con relajo, sin presiones, ajeno a esas urgencias que impone la industria, la crítica y el éxito. Allen no busca mejorarse a sí mismo ni compite con(tra) nadie. Hace lo que sabe y lo que sabe lo hace razonablemente bien.
De hecho ese hacer bien se puede aplicar sin titubeos a Irrational Man. Un filme que, en cuanto relato, se inclina hacia el lado oscuro, hacia la querencia de ese cine de asesinatos y azar que abunda en su filmografía. Podríamos hablar de una sutil pero evidente variación con respecto a Match Point, filme con el que comparte, más que compases, idénticas melodías y análogos recursos. Si en Match Point todo giraba en torno a esa décima de segundo en el que la pelota de tenis decide saltar o no saltar al otro lado de la red, algo que determina el triunfo o la derrota; aquí será una linterna la que condicione el desenlace de una mente cegada por el temor. En ambos casos la suerte no actúa como redención sino como quimérica imposibilidad de burlar de la culpa, la pena y la condena.
Por eso un halo de congoja, el dolor de la vulnerabilidad de la existencia, barniza todos sus filmes. En ese recubrimiento levemente existencialista, elixir de vitalismo triste, se haya la causa de que Allen agrade o repela. De hecho, con Allen rara vez se habla de buenas o malas películas; tan solo se insiste en si gustan o disgustan.
Desde la apertura de los títulos de crédito, con la tipografía habitual, en blanco sobre negro, ningún adorno, ninguna cita, la paternidad de Woody Allen está fuera de discusión. Lo que desarrolla Irrational Man adquiere la forma de un relato a dos voces, las de sus dos principales protagonistas. De una parte, un veterano profesor de filosofía al que le precede su fama. Fama de poseer una compleja capacidad pensante y gloria de ser un macho alfa iconoclasta y mujeriego.
De otra parte, una joven y aventajada alumna poseedora de inteligencia y belleza y altamente persuasiva. Un choque de trenes que abunda en la crisis masculina y en la fragilidad del pensamiento, cuando se acerca a lo real. Un brindis al sol para revolver en los mecanismos del romance.
En la trayectoria de Allen, ha habido todo tipo de géneros, todo tipo de formas, pero la desorientación del hombre y su debilidad frente a la mujer, es lo que manda, es de lo que se ocupa este clarinetista que envejece con dignidad.
Con citas a Kant, con relecturas y guiños, Irrational Man transcurre en el interior de una atmósfera universitaria que la cámara de Allen desmenuza sin compasión. Con un poco de vitriolo y un mucho de mala uva. Allen se ceba con todos y contra todos. Se hace evidente que es la suya la mirada de un veterano que maldice a quienes desperdician su existencia. Y esa retina de intelectual miope y un poco machista sabe del juego de la vanidad, ese ritual lleno de artificio y vacío de autenticidad. Como el payaso que llora, con un guiño a la Patricia Highsmith de Extraños en un tren y al Alfred Hitchcock de La soga, con la eterna ayuda de Dostoyevski, Allen recita una nueva letanía sobre la estulticia humana y la necesidad de reinventarse para evitarla.
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