Las crónicas de Cannes de 2014 no dejaban lugar a dudas. Con Lost River, así lo dijeron y escrito quedó, los críticos (al menos el sector más vocinglero) hicieron sangre. El primer largometraje dirigido por el actor más en forma del momento, Ryan Gosling, fue despedido con acritud y rechiflas. Sobre todo porque, al contrario de otros actores que decidieron dirigir, de Clint Eastwood a Robert de Niro y George Cloney, todos ellos cineastas de orden y sentido común, Gosling no tomó como modelo un cine canónico.

En los primeros compases de la primera entrega de Piratas del Caribe, tras un deslumbrante arranque en la más pura y clásica ortodoxia del cine de aventuras, Johnny Depp rompía la compostura para dibujar un filibustero de trazo grueso, pose amanerada y rictus de náusea. Su primera aparición culminaba con el hundimiento de su bajel. Encaramado en el palo mayor, justo cuando éste se sumergía en el agua, su personaje, Jack Sparrow, llegaba a tierra firme.

Gerardo Herrero, productor de Felices 140, y director de un puñado de intentos cinematográficos, la mayoría olvidados sin pena ni rencor, se adentró con frecuencia en el mismo campo de batalla que aquí excava Gracia Querejeta. Una de sus mejores cintas, Las razones de mis amigos (2000) guarda una estrecha relación con Felices 140. A ambas películas se les descubre un idéntico diagnóstico proveniente de esa sabiduría de refrán que dice: “que Dios me guarde de los amigos porque de los enemigos me protejo yo”.