Cuenta Mike Leigh, el más riguroso y austero de los cineastas británicos de nuestro tiempo, que empezó a pensar en trasladar al celuloide la figura y obra de William Turner hace más de quince años. Quince años en los que cada mañana sentía la amenaza de que algún otro realizador tratara de hacer lo mismo que él. Entre otras cosas porque el cine jamás se había interesado por este paisajista precursor del impresionismo, buceador de la luz en una época oscura.

Liv Ullmann nació en Tokio en 1938 por casualidad y la casualidad quiso que su vida cambiara sustancialmente cuando Bergman la escogió para protagonizar Persona (1966). Aquella película, acometida por el autor de Fanny y Alexander tras un período hospitalizado, fue un dulce fracaso. En taquilla funcionó mal, pero a Bergman le reportaría dos triunfos.

El último canto de El Hobbit, según la versión de Peter Jackson, comienza con una batalla de fuego y culmina con una pesadilla helada. Entre medio, apenas quedan unos ecos lejanos del espíritu de la obra de Tolkien. Nada parece haber aquí de la ligereza originaria de aquella aventura de Bilbo tentado por Gandalf para dejar atrás una vida tranquila en pos de una aventura imposible.