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El trabajo y la clase obrera
Título Original: DEUX JOURS, UNE NUIT Dirección y guion: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne Fotografía: Alain Marcoen Montaje: Marie-Hélène Dozo Intérpretes: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Pili Groyne y Simon Caudry País: Bélgica, Francia e Italia. 2014 Duración: 122 minutos ESTRENO: Octubre 2014
Como Michel Haneke, los hermanos Dardenne, Jean Pierre y Luc, llegaron al mundo del largometraje de ficción cuando ya habían superado la edad que vivió Cristo. Nacidos en la primera mitad de la década de los 50, los Dardenne debutaron en 1987 con Falsch, un filme que pasó desapercibido. Tuvieron que esperar a 1996, y fue entonces cuando su tercer largometraje, La promesa, cautivó al jurado de la Seminci vallisoletana. Así, tras conquistar Valladolid, empezó para ellos una trayectoria que el festival de Cannes ha premiado de un modo u otro sin interrupción hasta ahora. Dos Palmas de Oro, Rosetta (1999) y El niño (2005) brillan en medio de una cosecha de nueve largometrajes entre los que no se encuentra ninguno maltratado por la crítica.
Venían del mundo del cine documental, habían filmado huelgas mineras y sabían mostrar miserias humanas con vocación de esperanza. Belgas de nacimiento, los Dardenne desarrollaron un estilo seco y contenido, una prosa alimentada por planos largos y silencios densos. Retratan paisajes anónimos y persiguen a ciudadanos sin apellidos. Dedican su cine a supervivientes de una periferia europea donde del bienestar nada saben, donde el malestar siempre manda. Su reino es el de los desheredados, con frecuencia adolescentes de ningún futuro y negro pasado. En sus películas sus protagonistas corren sin parar, van de un lado a otro sin que en ninguna parte puedan reconocer su propia identidad.
Dos días, una noche asume e integra sus señas de identidad. Son los Dardenne de toda la vida, pero con una sutil diferencia. Han enrolado en su incursión a una actriz estrella, una portentosa intérprete llamada Marion Cotillard que les brinda una actuación memorable. La Marion Cotillard multipremiada, pretendida y alabada por directores como Woody Allen, Christopher Nolan, James Gray, Tim Burton, Abel Ferrara, Ridley Scott y Michael Mann, asume aquí el papel de una joven depresiva que, tras varios meses de baja, quiere incorporarse al puesto de trabajo pero se encuentra con que sus compañeros, obligados a elegir entre una paga o su despido, han escogido por abrumadora mayoría, dejarla fuera. Hubo osadía por parte de los Dardenne al ofrecer a una top star un papel de clase obrera. Y hay inteligencia y alto talento en Marion Cotillard al aceptar el envite y responder con un magnético recital.
Ese conflicto de una mujer abocada al desempleo, da lugar a un filme intenso e hipnótico. Dos días, una noche, sublima los perfiles cotidianos y escasamente emocionantes de su contexto para desarrollar una taxonomía apasionante y ejemplar del comportamiento de los seres humanos. Concebida como una cuenta atrás, el personaje de Cotillard en menos de 48 horas pedirá a todos y cada uno de sus compañeros que cambien su voto, que sean conscientes de lo que hacen, que la vean a ella y que escojan sabiendo lo que eso significa. Con ese argumento, Loach hubiera lanzado cohetes asamblearios y Leigh se hubiera sumido en la tragedia. Los Dardenne optan por ser ellos mismos, aunque se haya visto en este filme un cambio de tendencia.
Se subraya que en la esencia de su texto, por vez primera, hay vocación de forjar un relato simbólico más allá de lo que supura el caos de lo real. Probablemente, y con Cotillard como bandera, lo que los Dardenne se proponen es llevar a un público más amplio la reflexión que siempre les acompaña: frente a la tentación envilecedora del dinero, hay un antídoto llamado dignidad.
Venían del mundo del cine documental, habían filmado huelgas mineras y sabían mostrar miserias humanas con vocación de esperanza. Belgas de nacimiento, los Dardenne desarrollaron un estilo seco y contenido, una prosa alimentada por planos largos y silencios densos. Retratan paisajes anónimos y persiguen a ciudadanos sin apellidos. Dedican su cine a supervivientes de una periferia europea donde del bienestar nada saben, donde el malestar siempre manda. Su reino es el de los desheredados, con frecuencia adolescentes de ningún futuro y negro pasado. En sus películas sus protagonistas corren sin parar, van de un lado a otro sin que en ninguna parte puedan reconocer su propia identidad.
Dos días, una noche asume e integra sus señas de identidad. Son los Dardenne de toda la vida, pero con una sutil diferencia. Han enrolado en su incursión a una actriz estrella, una portentosa intérprete llamada Marion Cotillard que les brinda una actuación memorable. La Marion Cotillard multipremiada, pretendida y alabada por directores como Woody Allen, Christopher Nolan, James Gray, Tim Burton, Abel Ferrara, Ridley Scott y Michael Mann, asume aquí el papel de una joven depresiva que, tras varios meses de baja, quiere incorporarse al puesto de trabajo pero se encuentra con que sus compañeros, obligados a elegir entre una paga o su despido, han escogido por abrumadora mayoría, dejarla fuera. Hubo osadía por parte de los Dardenne al ofrecer a una top star un papel de clase obrera. Y hay inteligencia y alto talento en Marion Cotillard al aceptar el envite y responder con un magnético recital.
Ese conflicto de una mujer abocada al desempleo, da lugar a un filme intenso e hipnótico. Dos días, una noche, sublima los perfiles cotidianos y escasamente emocionantes de su contexto para desarrollar una taxonomía apasionante y ejemplar del comportamiento de los seres humanos. Concebida como una cuenta atrás, el personaje de Cotillard en menos de 48 horas pedirá a todos y cada uno de sus compañeros que cambien su voto, que sean conscientes de lo que hacen, que la vean a ella y que escojan sabiendo lo que eso significa. Con ese argumento, Loach hubiera lanzado cohetes asamblearios y Leigh se hubiera sumido en la tragedia. Los Dardenne optan por ser ellos mismos, aunque se haya visto en este filme un cambio de tendencia.
Se subraya que en la esencia de su texto, por vez primera, hay vocación de forjar un relato simbólico más allá de lo que supura el caos de lo real. Probablemente, y con Cotillard como bandera, lo que los Dardenne se proponen es llevar a un público más amplio la reflexión que siempre les acompaña: frente a la tentación envilecedora del dinero, hay un antídoto llamado dignidad.