En El caballo de Turín, Béla Tarr se sirvió de un episodio acontecido el 3 de enero de 1889, fecha en la que Nietzsche sufrió un colapso mental. La historia no fue verificada pero la leyenda cuenta que el autor de Más allá del bien y del mal, al pasear ese día, a la edad de 44 años, vio a un cochero maltratar cruelmente a su caballo. El filósofo se interpuso entre el animal y el hombre, empezó a llorar y su portentosa inteligencia se apagó para siempre.

Hay varios hundimientos en este naufragio total en el que se abisma esta obra inspirada en El planeta de los simios que en 1968 protagonizó Charlton Heston. El peor parado se llama Matt Reeves, un lugarteniente de J.J. Abrams, al que sólo se le pedía igualar los pulcros logros alcanzados por un Rupert Wyatt que supo armar sólidamente El origen del Planeta de los Simios.

Durante unos minutos, Carnevale parece que se va a tomar en serio el dilema que plantea su largometraje. Vaya por delante que la película arrasó en Argentina. Pero pronto de despeja la duda. Su reflexión sobre la diferencia, esa radiografía sobre los prejuicios contra quienes no dan la talla, utiliza el mismo maquillaje que llevó a Intocable a ser un superventas.