Primero impregna la piel, luego se apodera del alma. ¿Después?, después lo inunda todo de un sentimiento de impotencia, lo arrasa todo con un duelo de melancólica fatalidad. Así funciona Omar, un filme ante el que resulta imposible permanecer impasible. Especialmente porque en estos momentos, el rosario de asesinatos de inocentes, la mayoría civiles y muchos niños, llena los titulares de las primeras páginas de los informativos que hablan del llamado conflicto palestino-israelí

La cueva supuso una atípica experiencia fílmica. Para llegar a este formato que ahora se ofrece en los cines, tuvo una existencia anterior. Luego se filmaron nuevos planos y asumió un remontaje nuevo. Al comienzo, se filmó con una escandalosa escasez de medios. Al final, con la ambición de seguir caminos más o menos rentables como el que representa la trilogía (pronto tetralogía) de REC.

Este abuelo, que protagoniza el título y el contenido de este filme, pretende ser divertido, pero a menudo resulta patético. Quiere arrancar carcajadas y provoca bostezos. Se reviste de comedia disparatada y al final se sabe que hay mucho de nonsense y nada de entretenido. Levantada sobre las huellas de un best-seller que arrasó en las heladas tierras vikingas, su traslación al cine no resulta brillante ni eficaz.