Aunque al comienzo de este testimonio fílmico, en una entrevista grabada en 1991, Chavela Vargas diga que lo importante es el futuro, que el pasado poco o nada importa, las documentalistas Catherine Gund y Daresha Kyi no hacen sino bucear en el origen de la incontrolable Vargas para construir su historia.

Hay dos líneas narrativas muy diferentes en este relato. Dos narraciones que se mueven en la misma geografía. Esas realidades, casi opuestas, sirven a Gianfranco Rosi para construir un filme estremecedor. Esa dualidad se pone de relieve en su mismo título: Fuego en el mar. No es tanto un proceso dialéctico como una combinación que no encaja. Un cruce que conmueve por lo que cuenta.

Hay un virus que suele afectar a los contadores de historias. Dicha afección provoca sentimientos enfrentados. Se trata de un vértigo irreprimible pero que no muerde a todos. Ser o no víctima del mismo no es cuestión de talento ni de importancia, simplemente afecta a unos y deja indemnes a otros. Su manifestación más perceptible consiste en que, en un momento dado, estos contadores de cuentos se encuentran con la necesidad de hacer una película sobre sí mismos.

Han pasado 14 años del estreno de Bowling for Columbine (2002). En este tiempo, Michael Moore no ha modificado ni una sola coma de su libro de estilo. Todo permanece fiel, todo sigue en su sitio. Todo menos su matrimonio y su físico. De su mujer se separó hace dos años, tras 21 de convivencia. De su cuerpo, en él, se hacen patentes el progresivo sobrepeso y los 62 años recién cumplidos. Kilos y años ablandan incluso a los más duros.

Convertido en libro de iniciación, la célebre entrevista que a lo largo de seis días sostuvo el joven Truffaut con el veterano Hitchcock representa un lugar común para los aspirantes a director; una suerte de texto sagrado. En El cine según Hitchcock, Truffaut, película a película (re)hizo el camino del cineasta británico en busca de la clave de su estilo. El francés preguntaba, el inglés aceptaba el juego. A veces, también él contraatacaba a su modo.

A Guerín, a su cine, no se le puede aplicar el sistema de medidas convencional. A fuerza de ser fiel a sí mismo, su cine ha ido des(a)nudándose de todo artificio narrativo. Guerín ha arrojado por la borda la fidelidad al imperante sistema de géneros. Quizá el cineasta que más se le aproxima por su capacidad para fundir paradigmas y gramáticas preestablecidas, es Werner Herzog.

anador ¿incontestable? del Oscar al mejor documental del año pasado, Citizenfour reitera una verdad a gritos: cada vez el ciudadano es más transparente para el sistema. Google, Amazon, los e-mail y el reguero de consultas que cada usuario hace a través de su ordenador personal arroja pistas, desnuda almas y airea miserias para quien sepa y quiera bucear en sus entrañas.

Los hilos, al menos los de su espina dorsal, que mueven este documental inteligente y metafórico, mucho saben y mucho deben a Werner Herzog. Como es bien sabido, Herzog representa la paradoja del binomio entre el cine de ficción y el de no ficción. Se trata de una división original porque su enfrentamiento se data ya en el mismo nacimiento del cinematógrafo.

Figura preeminente del Nuevo Cine Alemán, Win Wenders comenzó su periplo como cineasta tratando de dinamitar la servidumbre del medio cinematográfico con respecto a las reglas del relato: presentación, nudo y desenlace. Sus primeras películas dieron la espalda a la ficción, huían de cualquier idea preconcebida y navegaban sin prejuicios por el pantano de un cine político que ponía distancia con respecto al pasado belicista de la Alemania nazi.

Nick Cave, al que los años muerden en vano el barniz de armadillo que siempre le ha acompañado, ha sido y es una figura esencial en la escena del pop-rock. Australiano de origen, nacido hace 57 años, músico, cantante, actor, escritor y poeta, Cave ha sobrevolado con extraordinaria dignidad un proceso musical que arranca con los desgarros punk de los 70 para anidar, plácidamente y sin sombras sobre su coherencia y calidad, en la segunda década del siglo XXI.