Ursula Macfatlane, guionista y directora de este documental, no se sale del pentagrama clásico del género. Lo suyo sabe del academicismo de los años 60 cuando se trataba de documentar un tema de culpabilidad y denuncia. Como en un proceso judicial, la documentalista sigue un orden cronológico y lineal por el que, testimonio a testimonio, acusación a acusación, el reo acabará conducido a su derrota. El reo se llama Harvey Weinstein y fue, al menos, el 50% de Miramax.

Le debemos a Mark Cousins una notable enciclopedia del cine. Un oportuno compendio audiovisual donde se repasa lo que ha sido la historia del arte cinematográfico. La popularidad de dicho trabajo que algunos, con perezosa osadía, llegaron a comparar con Historias du Cinéma de Godard, parece afectar la actitud con la que Cousins se enfrenta ahora a este ensayo en torno a la obra y figura de Orson Welles.

Hay un doble atractivo en la propuesta de este documental. El primero proviene de su contenido. Que gire en torno a una de las figuras más poderosas de la historia del cine, Ingmar Bergman, supone acercarse e incluso asomarse al interior de uno de los legados fílmicos más desgarradores, ásperos y brillantes que jamás se han escrito.

“Margolaria” se levanta con el pie incorrecto y por el lado malo. Si fuera una partida de ajedrez se diría que se deja comer la reina, dos torres y un caballo en los primeros movimientos. Es decir, que se coloca en una situación condenada a un jaque mate inmediato.

Tras el título de “I hate New York” se vislumbra mucho trabajo, una militancia latente y la negación de su título. Los protagonistas que deambulan por sus recovecos aman Nueva York. Ellos son parte de Nueva York. Al menos representan ese mundo fiestero y canalla habitado por personajes extravagantes que se debaten entre la interrogación por su identidad y una irreprimible querencia por el mundo del glamour y el espectáculo.

Como Samuel Beckett, Agnès Varda ha dedicado su vida a la espera(nza). A diferencia del nobel irlandés, su mirada no zozobra en el existencialismo y el absurdo; al menos no desde la desesperación de quien juzgaba el tiempo venidero como un futuro abocado al vacío y la nada. Podría resultar productivo analizar el trabajo de Varda desde esa contraposición con respecto al autor de Esperando a Godot.

La voz en off, o voz superpuesta, lleva proscrita en el cine desde hace décadas. Incluso su definición -se dice que su uso se convoca cuando el relato cinematográfico no se explica bien-, parece reducir este legítimo recurso a una suerte de quitamanchas indeseado e indeseable. Eso no impide que, como en todo tópico, habite en él algo de verdad.

Eliane Caffé se mueve por una muga envenenada, un pantano llamado docudrama donde verdad y ficción, ideología y estética, compromiso y militancia, entrecruzan sus dedos para fundirse pero, como mucho, confunden al público, lo abruman con personajes y proclamas que giran sobre sí mismos sin diferenciar la paja del grano.