El origen del relato que atraviesa “El callejón de las almas perdidas” hay que situarlo en plena guerra civil española, en 1937. En esos días terribles, William Lindsay Gresham, militante entonces del partido comunista norteamericano y voluntario de la Brigada Lincoln, escuchó de un compañero referir historias fabulosas sobre circos y criaturas fantásticas.

Definitivamente alejado del modelo retórico del cine argentino hecho de comedia romántica y buenas intenciones, “Rojo” bucea en el pantano oscuro de la mala conciencia. Su acción acontece en 1975, en Argentina. Tiempo en el que los cielos se teñían de rojo barruntando la sangre que se iba a verter. Un poco al estilo del Haneke de “El lazo blanco”, Benjamín Naishtat se cuestiona por la llamada del monstruo; por las razones de esa metamorfosis que convierte a una ciudadanía pacífica en jauría asesina.

El mundo del hampa británico siempre ha sido más hojalatero, siempre ha tenido más óxido y menos glamour que el que rezuman las estampas de la mafia, hechas en y desde Hollywood. Cuestión de contexto y cuestión de texto. Sea como sea, el del caso británico ofrece unos rasgos arquetípicos claros y hacia allí se dirige este Legend que ahonda en el mismo referente que otro filme inglés, Los Krays (1992), dirigido por Peter Medak, un director que sobre todo se ha ceñido al mundo televisivo.

Meta en la coctelera una buena base del espía más famoso de todos los tiempos, el que estaba al Servicio de su Majestad… James Bond. Luego, añada una pequeña pero sustancial cantidad de Superagente 86. Derrame también unas cuantas gotas de Los vengadores y finalmente, ya a discreción, para evitar sabores añejos, rocíe todo con referencias contemporáneas.