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Cabe preguntarse si en los tiempos actuales hay alguien a quien le importe el Oscar y sus premiados salvo que se sea, claro es, uno de los que están en la pomada. En el año III de la Pandemia, año I de la guerra de Ucrania, tras dos ediciones paniaguadas, la Academia de Hollywood trató de recuperar su glamour pero tropezó dos miserias.

En su idioma original, “cave” significa bodega, sótano, pero también cueva y quizá sea esa la acepción que mejor define lo que aquí acontece, porque en su trasfondo se respira ese retorno a las cavernas que hoy nos define. Con insensato arrojo, Philippe Le Guay se adentra en  territorio hostil, en campo minado con un argumentario del que sabe no saldrá bien librado.

En una edición en la que se presentaban películas como “Un héroe”, de Farhadi; “La peor persona del mundo”, de Joachim Trier, “El contador de cartas”, de Schrader; y “El acontecimiento”, de Audrey Diwan; el jurado de la Seminci decidió que ésta era la mejor película dejando estupefacta a buena parte de quienes estábamos allí.

Hay muchas circunstancias que confluyen en esta adaptación memorable de la no menos valorable obra de Edmond Rostand. La exógena, la que no resulta perceptible en la pantalla, se llena de roces íntimos entre quienes han hecho posible esta adaptación y sus propias vidas.

Escrita y dirigida por Leonie Krippendorff, todo en “El despertar de Nora”, así se ha titulado entre nosotros lo que en su idioma original, alemán, era “Kokon”, o sea “capullo”, apunta a ese día de la transformación, el verano de todos los veranos, aquel en el que el cuerpo de una niña deja de serlo para dar paso a su adolescencia.

Afirma este Batman que no se esconde en las sombras, que las sombras son él. Dice bien. Entre otras cosas porque “The Batman” nació bajo el signo de lo entrevisto, o sea de lo visto sin precisar que es la única manera de saber de quien habita en la noche.