Desde hace tiempo algunas referencias críticas sostienen que, como acontece con la obra de Soderbergh, el cine de Kenneth Branagh se mueve en dos niveles muy diferenciados. A un lado crece su obra más personal, la que atiende a su sed de autor.
Ozon no se conforma con hacer lo fácil ni lo conveniente. Su cine sufre sacudidas, funciona como una caja de sorpresas donde no siempre se acierta, pero donde siempre se autoexige lo más posible. Esta excelencia a veces se rompe por un exceso de retórica.
Florence Aubenas pertenece a una estirpe singular del periodismo (francés) que, si no fuera por personas como ella, se diría que ya se ha extinguido. Figuras así tejen el prestigio y alimentan la leyenda de una profesión que actualmente se mueve entre la precariedad y el clientelismo.
El origen del relato que atraviesa “El callejón de las almas perdidas” hay que situarlo en plena guerra civil española, en 1937. En esos días terribles, William Lindsay Gresham, militante entonces del partido comunista norteamericano y voluntario de la Brigada Lincoln, escuchó de un compañero referir historias fabulosas sobre circos y criaturas fantásticas.
La relación de grandes cineastas tentados por Macbeth compone una galería muy especial: Welles, Polansky, Kurosawa,… y ahora, Joel Coen, quien por vez primera rueda sin la complicidad de su hermano Ethan pero sí con el apoyo y el trabajo decisivo de su esposa Frances McDormand.
El título original encierra la clave de lo que aquí nos espera. “One Shot” en realidad significa “una toma única”, un plano secuencia de 96 minutos, un juego formal consistente en que el tiempo real y el tiempo fílmico se deben a una idéntica unidad cronológica.
La “basura blanca”, (white trash), se ha convertido en el filón donde los parroquianos de la extrema derecha yanqui extraen su carne de cañón. La “basura blanca” se nutre de los muertos vivientes del sueño americano, esos que en el “día de la bandera” se mimetizan de barras y estrellas y asisten jubilosos a desfiles patrióticos cuyo tiempo parece perdido en el pleistoceno.
Decir Mattson Tomlin conlleva convocar el espíritu Netflix. Con apenas treinta años, Tomlin se ha convertido en el Vinicius jr. de la plataforma depredadora, una especie de neo-Messi de la masía del imperio de las series de ciencia ficción.
En el tiempo en el que en París comenzaban a afilarse las guillotinas, 1789, tiempo de transformación y crisis, se ambienta este relato sobre un chef revolucionario introductor del concepto de los restaurantes burgueses.
Franziska Stünkel, directora y guionista de “El espía honesto” reconstruye un relato inspirado en los años de la guerra fría, en el interior de una Alemania fragmentada en dos y clavada en el corazón de las sucias prácticas de propaganda y manipulación por cuyos excesos prácticamente nadie ha pagado.