“Terciopelo azul/Blue Velvet” nació de entre las ruinas de un fracaso anunciado. El fracaso se tituló “Dune” y circulan de él dos versiones. Una, la oficial, la que se estrenó y naufragó, dura 137 minutos. La otra, irónicamente entendida como una especie de “director´s cut”, alcanza los 177 minutos.
Robin Wright como Clint Eastwood pertenece a la estirpe de profesionales que se diría tienen presencia. Todo lo que hacen parece mejor de lo que es y cuando yerran, el error no es que no se tenga en cuenta, sino que se olvida como si jamás hubiera sucedido.
Porque lo propio del cine de terror pellizca los miedos y agita los fantasmas de nuestro interior, sus ecos reverberan a través del tiempo. De ahí que, ante un nuevo relato, se perciban más fácilmente los nutrientes que recorren su circuito.
La llave, esa que Jung vislumbraba empoderada en su valor simbólico, esa “llave de oro que un hada buena nos puso en la cuna”, sirve a Lynch para abrir la puerta de la perplejidad.
En esa zona vertebral donde un relato conserva su razón de ser, es donde se evidencia, entre otras cosas, la convicción del narrador. En el caso de “El buen traidor”, en esa hora de la verdad, su narradora, Christina Rosendahl, duda por un instante.
El contexto podría ser el escenario de “El odio” (1995), el filme de Mathieu Kassovitz con el que se consagró Vincent Cassel. En cambio, el texto, parece adentrarse en el laberinto emocional de “Training Day” (2001), la implacable pieza de Antoine Fuqua que enfrentaba a Denzel Washington y Ethan Hawke con la presencia siempre densa e impactante de Eva Mendes.
En “Los lunes al sol” (2002), Fernando León de Aranoa ponía en boca de Santa (Javier Bardem) una cáustica lectura sobre los cuentos de hadas. Era, la suya, una mirada aparentemente procaz y crítica -en general recibida con sonrisas de complicidad por un público afín- sobre el maniqueísmo simplista de cierta manera de entender los relatos tradicionales.
El arranque de “Uno de nosotros” engaña. No pasa mucho tiempo para que lo que aparenta ser un apacible melodrama rural de vaqueros contemporáneos y familias bien avenidas dé paso al escalofrío.
La cultura anglosajona posee una cualidad impagable. Sus súbditos nunca pierden aunque, en realidad, casi nunca ganan. Por ejemplo, llevamos más de cuatro siglos bajo el estigma del gran fracaso de la Armada Invencible cuando el resultado de aquella guerra fue la victoria de la corona española.
Ante este “ejército” lo primero que se impone es proclamar que hay demasiada intensidad para tan poca originalidad. Argumentalmente la idea madre de Zack Snyder, esa con la que se empezó a escribir el guion y cuyo leit motiv se disfraza de “misión imposible”, se parece mucho a “Península”.