La llave, esa que Jung vislumbraba empoderada en su valor simbólico, esa “llave de oro que un hada buena nos puso en la cuna”, sirve a Lynch para abrir la puerta de la perplejidad.
En esa zona vertebral donde un relato conserva su razón de ser, es donde se evidencia, entre otras cosas, la convicción del narrador. En el caso de “El buen traidor”, en esa hora de la verdad, su narradora, Christina Rosendahl, duda por un instante.
El contexto podría ser el escenario de “El odio” (1995), el filme de Mathieu Kassovitz con el que se consagró Vincent Cassel. En cambio, el texto, parece adentrarse en el laberinto emocional de “Training Day” (2001), la implacable pieza de Antoine Fuqua que enfrentaba a Denzel Washington y Ethan Hawke con la presencia siempre densa e impactante de Eva Mendes.