El 20 de agosto de 1987 se estrenó en España “Depredador”. Había dos motivos incontestables para acudir a verla. Al menos para quienes en aquel tiempo no hubieran superado los 35 y supieran gozar con el cine ochentero de acción. La principal se llamaba John McTierman, su director.

Presentada en Cannes, dentro de la Quincena, su directora, Arantxa Echevarria se ganó el honor con “Carmen y Lola” de ser la primera mujer realizadora de origen español en pisar la alfombra roja del icónico festival francés. Si se señala que se trata de su primer largometraje, el mérito se agranda.

En el limbo donde reposan las películas que se han hecho, hay un apartado donde confluyen las llamadas historias sobre la amistad. Por lo general parten de una idéntica salida: plantean un (re)encuentro entre colegas donde, a la luz del drama, la comedia o el terror, revisan el pasado para descubrir heridas sin cicatrizar que nadie quería ver pero que todos o casi todos intuían.

Un visita al museo de Ciencias de Londres, modelo al que imitan casi todos los demás museos de la misma naturaleza, evidencia que el jurásico reina, que la fascinación por el origen de la humanidad hechiza a grandes y chicos y que el negocio de recrear y fabular con la prehistoria es un gran negocio.