El 20 de agosto de 1987 se estrenó en España “Depredador”. Había dos motivos incontestables para acudir a verla. Al menos para quienes en aquel tiempo no hubieran superado los 35 y supieran gozar con el cine ochentero de acción. La principal se llamaba John McTierman, su director.
Presentada en Cannes, dentro de la Quincena, su directora, Arantxa Echevarria se ganó el honor con “Carmen y Lola” de ser la primera mujer realizadora de origen español en pisar la alfombra roja del icónico festival francés. Si se señala que se trata de su primer largometraje, el mérito se agranda.
Si Akira Kurosawa fue llamado el emperador del cine japonés de la segunda mitad del siglo XX, Hayao Miyazaki (Tokio, 1941) merece ese título aplicado al cine de animación japonés. La mayor parte del anime ha sabido de su influencia. Con él y para él, han trabajado algunos de los más grandes.
En el limbo donde reposan las películas que se han hecho, hay un apartado donde confluyen las llamadas historias sobre la amistad. Por lo general parten de una idéntica salida: plantean un (re)encuentro entre colegas donde, a la luz del drama, la comedia o el terror, revisan el pasado para descubrir heridas sin cicatrizar que nadie quería ver pero que todos o casi todos intuían.
Si cruzamos “Man on Wire” con “Un océano entre nosotros”, ambas realizadas por el director británico James Marsh, concluiremos diciendo que un común denominador las recorre por más que, aparentemente, les separa un abismo formal.
Periodista antes que realizador, Daniel Monzón desembarcó en el cine tras un recorrido reconocible como crítico de la revista Fotogramas. La redacción decana de la prensa cinematográfica catalana -que no pasa por un buen momento- le vio nacer.
Chejov sobrevive cuando se han cumplido 114 años de su fallecimiento. Pero Chejov no alcanza predicamento ni encuentra buena escucha entre aquellos que, o son demasiado jóvenes, o resultan inmaduros sin remedio ni continencia.
Con una aseada carrera comercial tras su debut en el festival de Cannes de hace año y medio, “La novia del desierto” no tiene dificultad en congratularse con el público. Especialmente si éste acude sabedor de lo que va a ver y consciente de su humilde naturaleza.
Brian Henson, hijo de Jim Henson, se adentra en el territorio paterno con el colmillo afilado y la necesidad edípica de superar la sombra de su progenitor. Henson, hijo de Henson, ya sabe que no lo va a conseguir.
Un visita al museo de Ciencias de Londres, modelo al que imitan casi todos los demás museos de la misma naturaleza, evidencia que el jurásico reina, que la fascinación por el origen de la humanidad hechiza a grandes y chicos y que el negocio de recrear y fabular con la prehistoria es un gran negocio.