Antes de llegar al título de “Rojo”, la película de Benjamín Naishtat ofrece un prólogo, aparentemente sin sentido, pero que jugará un papel más funcional que relevante a la mitad del metraje. Se nos informa de que estamos en la Argentina de 1975. En ese preámbulo, en plano fijo, clavado como los escenarios de Bill Viola, vemos salir de una vivienda a una serie de personajes. Algunos llevan enseres en sus manos. Unos van hacia la derecha, otros, justo al lado contrario.