Con una aseada carrera comercial tras su debut en el festival de Cannes de hace año y medio, “La novia del desierto” no tiene dificultad en congratularse con el público. Especialmente si éste acude sabedor de lo que va a ver y consciente de su humilde naturaleza.
Brian Henson, hijo de Jim Henson, se adentra en el territorio paterno con el colmillo afilado y la necesidad edípica de superar la sombra de su progenitor. Henson, hijo de Henson, ya sabe que no lo va a conseguir.
Un visita al museo de Ciencias de Londres, modelo al que imitan casi todos los demás museos de la misma naturaleza, evidencia que el jurásico reina, que la fascinación por el origen de la humanidad hechiza a grandes y chicos y que el negocio de recrear y fabular con la prehistoria es un gran negocio.