Manuel Martín Cuenca, (El Ejido, 1964) se mueve en la discreción. No es persona de declaraciones altisonantes, no se prodiga en tertulias de humo y ruido, ni tampoco transita por los pasillos del poder. En consecuencia recibe un tratamiento menor, como si fuera un cineasta de pico y pala. Pero bastaría con recorrer, una a una, todas sus películas para comprender que no ha hecho ninguna mala. Pese a ello, a Martín Cuenca se le niega lo que a otros, por cualquier fruslería, se les ha regalado.

En el vértice que articula las dos mitades de Detroit, la tensión argumental se hace insoportable. En ese sentido recuerda lo que acontecía en El cazador (1978) de Michael Cimino. En el caso del filme protagonizado por De Niro, los soldados estadounidenses esperaban su turno para morir jugando a la ruleta rusa, obligados por los soldados vietnamitas en un ritual macabro.

Eliane Caffé se mueve por una muga envenenada, un pantano llamado docudrama donde verdad y ficción, ideología y estética, compromiso y militancia, entrecruzan sus dedos para fundirse pero, como mucho, confunden al público, lo abruman con personajes y proclamas que giran sobre sí mismos sin diferenciar la paja del grano.

En guerra esta forjada con textos que se expanden dejando, en los intersticios, recovecos de interrogación ética que encenderán apasionadas conversaciones. Porque es de la pasión, de la emoción y de lo propio de la condición humana, de lo que aquí se trata. Conocemos bien el universo de Tobias Lindholm, su director y guionista, y sin duda, En guerra refleja perfectamente las claves de su dietario. De Tobias Lindholm hemos sabido por sus colaboraciones como guionista junto a Thomas Vinterberg.

Los estrenos casi consecutivos de La torre oscura y de It han encendido los focos sobre la autoría del escritor norteamericano, Stephen King. En medio de esta escena sobre-iluminada, se señalan datos como la impresionante capacidad seminal de su legado literario, para impulsar decenas de adaptaciones cinematográficas.

Este retrato de los acontecimientos que acompañaron el desembarco del llamado día D, gira de manera obsesiva en torno a una figura emblemática. Winston Leonard Spencer Churchill, uno de esos personajes británicos, al estilo de Enrique VIII, que provocan una suerte de estupor y estremecimiento.