La destreza y el oficio de Doug Liman son indiscutibles. Su trayectoria lo demuestra, y este Barry Seal nos da la evidencia de que pertenece a la categoría de esos fabuladores de azúcar y ruido capaces de hacer espectáculo de feria incluso con el tráfico de seres humanos.
No todo el mundo vio con buenos ojos que Justine Triet, directora y guionista de La batalla de Solferino (2013) fuese escogida para con su segunda película, Los casos de Victoria, abrir la Semana de la Crítica en la pasada 69 edición del festival más prestigioso del mundo, Cannes.
Con el cambio de siglo, el cine español, asfixiado por tanta película de boina y caspa, pareció encontrar, como el francés, una salida renovadora en el terror. En nuestro caso, había una escasa tradición. El costumbrismo reina en el catálogo de la Filmoteca Española.
La rotundidad hiriente y herida de Madre e hijo (2013) confirmó que Calin Peter Netzer debía entrar en la galería de honor del cine rumano contemporáneo. Ese que nació entre las ruinas de una locura y que, en pocos años, ha conseguido asombrar al resto de Europa.
Sofia Coppola introduce “La seducción” -sobre la que para el público más iniciado gravita el recuerdo de la que cuarenta y seis años antes hizo Don Siegel con Clint Eastwood-, con un movimiento vertical. La cámara apunta hacia las copas altas de unos árboles de querencia gótica. Y en ellas hay algo solemne, catedralicio.
único capaz de sostener la mirada al cine de EE.UU., Luc Besson aparece como un francotirador insolente capaz de levantar edificios barrocos y complejos hechos de FX y Ciencia-ficción. Un combatiente que saquea sin pudor los buques insignia construidos por los grandes pesos pesados del cine yanqui como George Lucas y Steven Spielberg.
Miles de páginas, suficientes para alimentar una serie de televisión, sostienen La torre oscura, una película donde la autoría de Stephen King ejerce un curioso efecto llamada que podría desorientar a quienes tengan a King solo por un escritor de intriga, terror y fantasía.