Desde hace unos pocos años, no hay festival importante que no se pelee por colocar una película de bandera rumana en su parrilla de programación. Desde hace esos mismos años, Rumanía no cesa de aportar estupendas películas y grandes realizadores en lo que representa uno de esos inexplicables misterios por los que en un tiempo dado y en un lugar concreto, surge una generación irrepetible de creadores en estado de gracia.

Una especie de familia, Licht y Love me not, los tres títulos presentados ayer en la sección oficial a concurso, comparten un contexto común. La argentina y la griega, con muy diferentes intenciones, parecen obsesionarse por los vientres de alquiler, por la adopción de niños. La austríaca, Licht, acompasada por la música barroca y los “avances” de la ciencia en el último tramo del siglo XVIII, crece en torno a un hecho de esos que nos dicen que es real y que, por lo tanto, se ficciona con excesivos reparos.

Era difícil superar la propuesta del sábado, pero tampoco era necesario ceder a concesiones tan ramplonas al día siguiente. Ni la película franco-belga, Ni juge, ni soumise; ni la nueva entrega de los autores de Intocable demostraron razones para estar en la Sección Oficial de un festival de esta categoría. No parece argumento serio confiarlo todo en que la comedia debe ser reivindicada.

El camino que recorre Handia se ve atravesado por diferentes bifurcaciones y se enfrenta a dos preguntas. Empecemos por ellas.
La respuesta a la primera es no. El último filme de Jon Garaño y Aitor Arregi no supera la solidez de su anterior película, Loreak.
A la segunda cuestión diremos que, pese a eso, en su interior hay muchos elementos que hacen que merezca la pena.