Fotos heladas
Título Original: STEFAN ZWEIG: FAREWELL TO EUROPA Dirección: Maria Schrader Guión: Maria Schrader, Jan Schomburg Intérpretes: Tómas Lemarquis, Barbara Sukowa, Nicolau Breyner, Charly Hübner, Lenn Kudrjawizki País: Austria. 2016 Duración: 106 minutos ESTRENO: Abril 2017
Hace apenas unos años, Stefan Zweig era un escritor olvidado. Sólo algunos cinéfilos, gracias a Carta de una desconocida de Ophüls, y lectores muy versados lo tenían en mente. Ahora, sus obras se reeditan con fulgurante éxito y su figura, con el resquebrajamiento de Europa, ha crecido hasta constituirse en una suerte de símbolo melancólico que engarza las sombras de los años 30 con las incertidumbres de nuestro tiempo.
De eso va este filme de distancia con sordina y de gestos sin movimiento. Su realizadora, Maria Schrader, dirige con manos de hielo y anécdotas mínimas la reconstrucción de los últimos años de su vida, apenas un lustro salpicado, eso sí, por abundantes digresiones que solo aquellos que conozcan con detalle la literatura y la biografía de Zweig podrán apreciar en todos sus recovecos. Es paradójico que esta directora, para recuperar el recuerdo de uno de los escritores más aclamados de su generación, elija callar en lugar de hablar. Zweig cultivó la novela, corta y larga, el ensayo y la biografía. En este terreno, sus recreaciones fueron prolijas en sus detalles, atinadas en sus insinuaciones, brillantes en sus juicios.
Pero aquí los pormenores son huellas borradas, eslabones no engarzados. Al contrario que el cómic de Seksik y Sorel recientemente editado sobre Zweig, mucho más explícito y con quien comparte hechos y tiempo, Adiós Europa no se arriesga, no se abisma, no elucubra sobre Zweig. En varias secuencias aparece la evidencia de que son escenas recompuestas a partir de fotografías que clavaron aquellos hechos. Y eso, fotos heladas, movimientos agónicos, es lo que Schrader filma. Lo hace con extraordinaria pulcritud; basta recordar el juego del espejo en el dormitorio donde yace el matrimonio Zweig. O esas imágenes reiteradas en las que Zweig (sobrio y verosímil Tomas Lemarquis) hunde su frente en una ventana mirando hacia el exterior. Es un gesto de un preso que desea huir de una cárcel que no es sino el mundo que le vio morir. Un mundo azotado por los jinetes del nazismo y el odio, por el miedo y la estulticia. Y un filme más tenso que intenso, y más disfrutable horas después de haberlo visto que cuando se está viendo.