Pedirle a Álex de la Iglesia un cine de equilibrio y cálculo, de serenidad y estrategia, es reclamar lo imposible, Ese cine no sería suyo. Al director de El día de la bestia y de Acción mutante lo que hay que demandarle, lo único que resulta pertinente esperar de él si de verdad interesa su universo interior, es coherencia, desvergüenza para ir hasta el final de sus planteamientos y fuerza para no desmoronarse ante el enorme castillo de naipes que representa cada uno de sus nuevos proyectos.
El estreno de La bella y la bestia se produce en medio de datos incontestables sobre la buena estrella de Disney. Sostenido por dos columnas ajenas, Pixar y Marvel, el estudio más inequívocamente yanqui de todos, convierte en dólares todo lo que toca. Pero no solo es la ayuda exterior la que mantiene al alza las acciones de Disney, también su historia anterior viene a sumarse a esa felicidad de hambre insaciable, de éxito ininterrumpido a fuerza, eso sí, de esforzarse por cumplir el primer fundamento del fundador: los adultos solo son niños que han crecido.
Guédiguian encabeza un cine europeo de querencias izquierdistas y vocación beligerante. Proviene de las cenizas del 68 y sabe del final del eurocomunismo. Se ha hecho mayor en una sociedad que cambió la lucha de clases por el iPhone y la Play Station. Pero, como otros muchos, continúa interrogándose por la posibilidad de un mundo mejor.
Nacido en Oak, Tennessee, hace 53 años, Gore Verbinski y su filmografía, desconciertan. Empezar dirigiendo un filme titulado Un ratoncito duro de roer (1997) y no desaparecer en el intento, solo significa que posee una piel de roca y una adaptación de camaleón. ¿Valen estas dos cualidades para considerar que en su cine hay señales de autoría? Veámoslo.
Merecedora de elogiosas críticas que bandearon su estreno, con Crudo se vive el pernicioso efecto de los superlativos generosos. Una cosa es certificar que Julia Ducournau, su joven realizadora, 33 años, evidencia unas sugerentes y bien construidas maneras, y otra, calificar a Crudo de película extraordinaria. No lo es, pero podría haberlo sido. Y eso cabrea.
Cuando los créditos rubrican lo que hemos visto, se nos dice que psiquiátricos como éste en donde reinan las dos protagonistas del filme de Paolo Virzi, se están cerrando en Italia. De ese modo se nos subraya el compromiso, la coartada social de Locas de alegría. Sin embargo no le hace falta. De hecho, durante sus casi dos horas, nada de lo real parece proyectarse en el interior de esta comedia intensa y melodramática.
John Krasinski, actor y director de Los Hollar, debutó hace ahora nueve años con un filme de aires modernos y título llamativo, Brief Interviews with Hideous Men (2008). Escrito y dirigido por él mismo, aquello -inédito entre nosotros- evidenció que este actor nacido en Massachusetts hace 38 años y reconocido mundialmente por encarnar a Jim Halpert en la serie de la NBC, The Office, no estaba dispuesto a conformarse solo con la interpretación.
Aunque en sus primeros compases, la heroína de Yo no soy Madame Bovary se parezca mucho a las protagonistas del Zhang Yimou de los años de rosas con Gong Li, se hace evidente que Xiaogang no se mueve en la misma esfera emocional que Yimou.
Entre nosotros, el distribuidor decidió cambiar el título original, Aquarius, nombre del edificio en cuyo interior se dilucida el proceso simbólico del Brasil de nuestro tiempo, por Doña Clara, la mujer protagonista del filme.
Una creencia muy extendida sostiene que de una mala novela puede surgir una gran película. Orson Welles se encargaba de alimentar esos bulos haciéndolos realidad, y no fue el único. El guardián invisible por el contrario, insiste en demostrar que de una mediocre novela lo que brota, salvo que medie un genio por allí, no es sino una lamentable película. En ese sentido Fernando González Molina respeta y hace suyo el imaginario de Dolores Redondo.