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Algo se muere en el alma
Título Original: TRUMANDirección: Cesc Gay Guión: Cesc Gay y Tomás Aragay Música: Nico Cota Intérpretes: Ricardo Darín, Javier Cámara y Dolores Fonzi País: España y Argentina. 2015 Duración: 108 minutos ESTRENO: Octubre 2015
El nombre de Truman se refiere y designa a un perro bullmastiff, un animal de cruce, de origen británico, de cabeza ancha, de mirada tierna. Su presencia en el filme es permanente y su destino previsible; en la vida real el amable animal murió poco después de finalizar el rodaje. Pero esa es otra historia. La que Cesc Gay relata aquí mira a los ojos del cáncer y se arrima a la tragedia hasta rozarse con ella.
Apenas si da tiempo a que el público ubique a sus protagonistas. Todavía sin percibir de qué va a ir la cosa, el puñetazo ya ha sido dado. Como Ma Ma de Medem, como Yo, el y Raquel de Alfonso Gómez-Rejón, Truman se abisma en el vehículo más utilizado por la muerte en el siglo XXI, el cáncer.
Cesc Gay, retratista de lo cotidiano y observador implacable de las contradicciones de esos antihéroes anónimos que pueblan las ciudades de nuestro tiempo, bucea hasta el fondo de este cuento sobre la amistad. Un reencuentro entre dos amigos reunidos porque a uno de ellos se le acaba el tiempo de vivir. Un hola al que le seguirá un adiós definitivo y al que el guión de este filme aspira a llenar de dignidad. Eso implica que en Truman se hable de la angustia de morir y de esas pequeñas cosas que dan sentido a la vida, como el amor, el sexo, una buena comida, un hijo si lo hubiera, un fiel animal de compañía y por supuesto, la amistad.
Para no desbarrar, para sortear el escollo del exceso de melodrama, para sobrevolar por los arrecifes de la pornografía de los sentimientos, Gay, que siempre ha sabido confiar en la materia actoral, encomienda su suerte a un dúo de alta complicidad y marcada diferencia. Dos actores capaces de sostener en pie incluso un drama tan oscuro como el que da sustento a su historia. Darín y Cámara son dos profesionales rigurosos y para ellos parece haberse escrito un guión que no duda en incluir en su diseño reflejos de su propio ADN. Así, el personaje de Darín, resulta ser un actor afincado en España, un buen histrión que se ha bebido la vida con alegría, con esa mezcla de pícaro irredento hecho de sueños hedonistas y compromisos ideológicos. Los dos, han cruzado el ecuador de su existencia, ambos, o peinan canas o lucen frente expandida. Compartieron un largo pasado y ahora, viven en un instante.
Con ellos y para ellos, Cesc Gay (Krámpack, 2000; En la ciudad, 2004; Ficción, 2006; Una pistola en cada mano, 2012) ha escrito su mejor película. Un relato de serenidad y oficio. Así, situación a situación, peldaño a peldaño, Truman mira el fondo de un pozo negro sin ceder a la angustia.
No es sencillo hablar de la enfermedad sin tropezar con la melancolía. Truman lo hace y se mantiene arriba con una carpintería robusta, de libro, de fórmula. En ese sentido, su escritura resulta canónica.Y es que el cine de Cesc Gay transita por un territorio poco iluminado y apenas (re)conocido. Mientras el favor y fervor del público levanta pedestales a los Amenábar, Bayona, Monzón y compañía, las películas de este director catalán van a su aire sin querer reflejar su sombra en los escaparates de moda.
Eso acontece en Truman, un filme tierno que usa la sal justa para provocar la sonrisa, el pellizco apropiado para recordar el dolor de la existencia efímera y el talento necesario para concebir una valiente incursión en una suerte de buddy movie de autor que en lugar de abrazarse al cine de acción, se ancla en la reacción. La reacción desgarrada del amigo serio que contempla al compañero vitalista despedirse antes de tiempo, percibir el crepúsculo y sonreír juntos porque lo visto ha merecido la pena.
Apenas si da tiempo a que el público ubique a sus protagonistas. Todavía sin percibir de qué va a ir la cosa, el puñetazo ya ha sido dado. Como Ma Ma de Medem, como Yo, el y Raquel de Alfonso Gómez-Rejón, Truman se abisma en el vehículo más utilizado por la muerte en el siglo XXI, el cáncer.
Cesc Gay, retratista de lo cotidiano y observador implacable de las contradicciones de esos antihéroes anónimos que pueblan las ciudades de nuestro tiempo, bucea hasta el fondo de este cuento sobre la amistad. Un reencuentro entre dos amigos reunidos porque a uno de ellos se le acaba el tiempo de vivir. Un hola al que le seguirá un adiós definitivo y al que el guión de este filme aspira a llenar de dignidad. Eso implica que en Truman se hable de la angustia de morir y de esas pequeñas cosas que dan sentido a la vida, como el amor, el sexo, una buena comida, un hijo si lo hubiera, un fiel animal de compañía y por supuesto, la amistad.
Para no desbarrar, para sortear el escollo del exceso de melodrama, para sobrevolar por los arrecifes de la pornografía de los sentimientos, Gay, que siempre ha sabido confiar en la materia actoral, encomienda su suerte a un dúo de alta complicidad y marcada diferencia. Dos actores capaces de sostener en pie incluso un drama tan oscuro como el que da sustento a su historia. Darín y Cámara son dos profesionales rigurosos y para ellos parece haberse escrito un guión que no duda en incluir en su diseño reflejos de su propio ADN. Así, el personaje de Darín, resulta ser un actor afincado en España, un buen histrión que se ha bebido la vida con alegría, con esa mezcla de pícaro irredento hecho de sueños hedonistas y compromisos ideológicos. Los dos, han cruzado el ecuador de su existencia, ambos, o peinan canas o lucen frente expandida. Compartieron un largo pasado y ahora, viven en un instante.
Con ellos y para ellos, Cesc Gay (Krámpack, 2000; En la ciudad, 2004; Ficción, 2006; Una pistola en cada mano, 2012) ha escrito su mejor película. Un relato de serenidad y oficio. Así, situación a situación, peldaño a peldaño, Truman mira el fondo de un pozo negro sin ceder a la angustia.
No es sencillo hablar de la enfermedad sin tropezar con la melancolía. Truman lo hace y se mantiene arriba con una carpintería robusta, de libro, de fórmula. En ese sentido, su escritura resulta canónica.Y es que el cine de Cesc Gay transita por un territorio poco iluminado y apenas (re)conocido. Mientras el favor y fervor del público levanta pedestales a los Amenábar, Bayona, Monzón y compañía, las películas de este director catalán van a su aire sin querer reflejar su sombra en los escaparates de moda.
Eso acontece en Truman, un filme tierno que usa la sal justa para provocar la sonrisa, el pellizco apropiado para recordar el dolor de la existencia efímera y el talento necesario para concebir una valiente incursión en una suerte de buddy movie de autor que en lugar de abrazarse al cine de acción, se ancla en la reacción. La reacción desgarrada del amigo serio que contempla al compañero vitalista despedirse antes de tiempo, percibir el crepúsculo y sonreír juntos porque lo visto ha merecido la pena.