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Un folletín convencional para una tragedia silenciada

foto-elpadre-thecutTítulo Original:  THE CUT Dirección: Fatih Akin Guión: Fatih Akin, Mardik Martin Intérpretes: Tahar Rahim, George Georgiou, Makram Khoury, Akin Gazi, Lara Heller y Numan Acar País: Alemania. 2015 Duración: 138 minutos ESTRENO: Julio  2015

Siempre hay precedentes. Pasos previos que pasaron desapercibidos en su día pero que, al mirar hacia atrás, resultan reveladores. Hay acuerdo en reconocer que antes del holocausto provocado por Hitler, hubo algunos ensayos previos. Por ejemplo, el escarmiento franquista, aquella matanza programada contra miles de prisioneros, falsamente liberados para darles un tiro de gracia, nos recuerda que detrás de la máscara de una guerra mal llamada civil, aquello sirvió para que la maquinaria del horror nazi engrasara sus zarpas. Y todavía antes, se nos recuerda, la matanza del pueblo armenio por las tropas turcas, un genocidio enterrado entre silencio y sombras, mostró el camino a Auschwitz, a Mauthausen… a tantos escenarios de ignominia con la falsa idea de que el crimen masivo no paga.
Si Fatih Akin, un director alemán de origen turco hubiera querido adentrarse en ese espacio de horror, El padre (The cut), hubiera sido otra cosa. No lo ha hecho. En realidad Fatih Akin aparece como un realizador sobrevalorado que siempre juega con cartas marcadas. Antes de que el cine europeo le concediera un lugar en la galería de los grandes, un pedestal al lado de los Haneke, von Trier y compañía por un filme hiperbólico titulado Contra la pared, Akin había evidenciado que su capacidad como narrador era muy epidérmica. Ahora bien, aquella superficialidad intelectual, aquel maniqueísmo políticamente medido para hacer un traje al gusto de la buena conciencia, se diría sabiduría al lado de este culebrón que usa el pasmo histórico en vano para levantar un folletín de telenovela.
Decepcionante, muy decepcionante (a)parece este filme que narra la epopeya de un padre armenio separado de sus hijas, obligado a realizar trabajos forzados, carne de degollamiento y superviviente espectral, que recorre medio mundo en busca de sus hijas perdidas. Akin, cuyo cine empezó en la Alemania de los arrabales y la migración, en el lugar del lumpen y la delincuencia juvenil, recaló en la tierra de sus padres, Turquía. En su deseo de no repetirse incluso probó con el musical y el docudrama. Ahora, agotado el embrujo de Estambul, Akin esboza un viaje hacia esa América concebida como tierra de la gran promesa.
En el fondo, ese es el núcleo hacia el que camina su protagonista. Un periplo epopéyico, solemne, mayestático. Un relato excesivo al que no le funciona el principal jugador; el actor Tahar Rahim. Hace seis años, Rahim encogía todas las retinas por su interpretación en Un profeta de Jacques Audiard. En aquel filme gestado sobre el telón de fondo de la vida carcelaria, el actor francés de origen argelino era la carne y la sangre de su personaje. En El padre, Rahim parece un modelo de Cibeles paseando perplejo por una pasarela de croma y ñoñería. Sin credibilidad ni crédito en su principal personaje, Akin podía haber intentado evocar las atroces heridas de la masacre armenia con datos, con testimonios, con la verdad de los ecos de aquellos días. No lo hace porque el filme no quiere provocar sobresaltos. Él aspira a conquistar América, a congraciarse con el público del Oscar. La cuestión es que ese empeño hace que, en lugar de estremecer, termine por adormecer. Ni siquiera ese guiño nada inocente de la presencia apenas entrevista de Arsinée Khanjian, la actriz y compañera de Atom Egoyan, obtiene otro efecto que el de perpetuar la maldición que pende sobre el pueblo armenio y la (re)presentación de su genocidio. Si Egoyan con Ararat dio comienzo a un período de desorientación, Akin se disuelve en la banalidad y la autocomplacencia.

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