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Un funeral vikingo
Título Original: WHAT WE DID IN OUR HOLIDAY Dirección y guión: Andy Hamilton y Guy Jenkin Intérpretes: Rosamund Pike, David Tennant, Billy Connolly, Celia Imrie, Emilia Jones, Ben Miller y Amelia Bullmore Nacionalidad: Reino Unido. 2014 Duración: 95 minutos ESTRENO: Junio 2015
Mezclar el humor negro con niños protagonistas no es la única temeridad de esta comedia limpia, melodramática y decididamente buenista con la que el dúo Andy Hamilton y Guy Jenkin hurgan en la mina abierta por Pequeña Miss Sunshine. A ella recuerda aunque las diferencias entre la película norteamericana, curiosamente también dirigida por una pareja, la formada por Jonathan Dayton y Valerie Faris, y ésta son sustanciales. Los británicos corren menos riesgos, sus personajes no tienen tantas rugosidades y aristas; son más previsibles, más edulcorados, más convencionales.
Nuestro último verano en Escocia describe las aventuras de un reencuentro familiar para acompañar el cumpleaños del abuelo, un hombre que encara la recta final con la irreverente libertad que provoca el saber que ya solo se puede perder la vida. En ese paisaje de familia y roces, Andy Hamilton y Guy Jenkin se crecen en los pasos más delicados, allí donde lo normal es no dar la talla. Será en los niños y en el abuelo donde la película mejor se mueva. En eso y en algunas disputas resueltas con energía y frescura. Sin asumir incorrecciones políticas, como las que agitan a la actual comedia americana, aquí la tradición británica de un humor que prefiere la sonrisa a la carcajada, la insinuación al sobrecargo, depara algunos momentos de diversión garantizada. Entre otras cosas porque el contraste entre la frescura y la convención se entrelazan mejor de lo que cabe esperar a partir de que la película ya ha mostrado sus limitadas cartas. Durante varias fases, Nuestro último verano en Escocia amenaza con despeñarse en la nada. Cuando todo indica que la sobredosis de azúcar lo echará a perder todo, unos niños convincentes y la despreocupada dirección de sus autores, le devuelven el interés. Sin hacerla nunca verdaderamente interesante, al menos resulta entretenida en muchas fases de su desarrollo. Fases que en los últimos minutos entran ya de lleno en tratar de (re)ordenar lo que ya no tiene vuelta atrás. Y ese querer salvar a toda costa a los personajes condena al filme a ocupar una discreta segunda línea.
Nuestro último verano en Escocia describe las aventuras de un reencuentro familiar para acompañar el cumpleaños del abuelo, un hombre que encara la recta final con la irreverente libertad que provoca el saber que ya solo se puede perder la vida. En ese paisaje de familia y roces, Andy Hamilton y Guy Jenkin se crecen en los pasos más delicados, allí donde lo normal es no dar la talla. Será en los niños y en el abuelo donde la película mejor se mueva. En eso y en algunas disputas resueltas con energía y frescura. Sin asumir incorrecciones políticas, como las que agitan a la actual comedia americana, aquí la tradición británica de un humor que prefiere la sonrisa a la carcajada, la insinuación al sobrecargo, depara algunos momentos de diversión garantizada. Entre otras cosas porque el contraste entre la frescura y la convención se entrelazan mejor de lo que cabe esperar a partir de que la película ya ha mostrado sus limitadas cartas. Durante varias fases, Nuestro último verano en Escocia amenaza con despeñarse en la nada. Cuando todo indica que la sobredosis de azúcar lo echará a perder todo, unos niños convincentes y la despreocupada dirección de sus autores, le devuelven el interés. Sin hacerla nunca verdaderamente interesante, al menos resulta entretenida en muchas fases de su desarrollo. Fases que en los últimos minutos entran ya de lleno en tratar de (re)ordenar lo que ya no tiene vuelta atrás. Y ese querer salvar a toda costa a los personajes condena al filme a ocupar una discreta segunda línea.