Negociador entre sus virtudes aporta algo bastante escaso en el cine español: mira al presente y no teme rozarse con la condición humana. Uno de los factores del desapego que el público de este país dispensa a su cine reside en que éste evita el contacto con lo real. Piensen cuántas veces se ha llevado a la pantalla con rigor y sin miedo cuestiones que han condicionado nuestra existencia reciente. En un tiempo sacudido por la corrupción, atravesado por la violencia, edificado sobre mentiras y sostenido por la hipocresía y la desigualdad, resulta difícil citar películas en las que se puedan atisbar bocados de realidad.

Al canadiense Cronenberg, el mundo de Hollywood le viene bien para reiterar una idea que desde su mismo origen le obsesiona: la enfermedad; la descomposición de la carne y/o la putrefacción del alma. Con la inestimable colaboración del guionista Bruce Wagner, Cronenberg reduce el corazón del cine yanqui a una cartografía de polvo y ceniza. Ningún personaje de los que se pasean por Maps to the Stars merece el regalo de la piedad; ninguno se hace digno de comprensión.

Desde el minuto uno, Calvary va de frente. Bajo el disfraz de un thriller de sacristía y cerveza, rechina un rosario de acusaciones en torno a un crimen sin resolver: los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos, la sodomía tantas veces negada y ahora objeto de autocrítica. Durante 100 minutos, John Michael McDonagh desembala una colección de personajes antipáticos, enfermos de ira y frustración, presos de una desesperación que rezuma violencia e ignominia.