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Coreografía de la tragedia
Título Original: TIMBUKTU Dirección: Abderrahmane Sissako Guión: Abderrahmane Sissako y Kessen Tall Intérpretes: Ibrahim Ahmed, Toulou Kiki, Abel Jafri, Fatoumata Diawara, Hichem Yacoubi y Kettly Noël Nacionalidad: Francia y Mauritania. 2014 Duración: 97 minutos ESTRENO: Febrero 2015
La opción estética asumida por Abderrahmane Sissako, una suerte de responso sin lágrimas, un maridaje entre el horror y la inocencia, provoca extrañamiento y desemboca en respuestas extremas. Si se admite, si se participa de ese sudario lírico que retrata la furia homicida del fundamentalismo yihadista sin subrayados, sin acusaciones directas ni veredicto expreso; y se hace a través de una coreografía de belleza trémula en medio de tanta tragedia, la simpatía y la admiración hacia Timbuktu se impone.
Si por el contrario, ese barniz de idealismo tribal, esas metáforas de lectura unívoca, esos personajes de decorado bonito y ropa bien planchada resultan inasumibles por su artificio, por su juego de máscaras, Timbuktu irrita. Ese gusto o disgusto nada tiene que ver con que, en uno y otro caso, la adhesión al tema que denuncia sea obligada.
Ante la distancia del contexto mostrado, una línea de luz situada en Mali, y ante el desconocimiento de su sensibilidad cultural, surge una pregunta: ¿en qué espectador piensa Sissako cuando hace películas como Timbuktu o como Bamako? Si se atiende al resultado, escogida para competir por el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, una única respuesta se impone. Timbuktu ha sido gestada para el público que saborea la carne de Oscar. Bajo ese apetito se justifica ese tono que muestra, bajo el influjo surreal de Buñuel, una lapidación inmoral y terrible. Por cierto esa imagen arrancada de un ajusticiamiento real, una pareja que hizo el amor sin estar casada, fue la semilla que hizo germinar este filme. En él se muestra, en clave onírica, el estado criminal de la ley yihadista. El sinsentido de sus normas, como obligar a una pescatera a trabajar con guantes; el horror de sus juicios, matar a quien se salta las normas, prohibir la música, borrar a la mujer de la vida pública,… todo se confronta ante la bondad natural de una sociedad que transcurre en rousseauniana armonía con la vida. Ahora bien, ¿es lícito denunciar el infierno de Auschwitz a golpe de poesía? Según lo que se responda merecerá o no ir a ver Timbuktu.
Si por el contrario, ese barniz de idealismo tribal, esas metáforas de lectura unívoca, esos personajes de decorado bonito y ropa bien planchada resultan inasumibles por su artificio, por su juego de máscaras, Timbuktu irrita. Ese gusto o disgusto nada tiene que ver con que, en uno y otro caso, la adhesión al tema que denuncia sea obligada.
Ante la distancia del contexto mostrado, una línea de luz situada en Mali, y ante el desconocimiento de su sensibilidad cultural, surge una pregunta: ¿en qué espectador piensa Sissako cuando hace películas como Timbuktu o como Bamako? Si se atiende al resultado, escogida para competir por el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, una única respuesta se impone. Timbuktu ha sido gestada para el público que saborea la carne de Oscar. Bajo ese apetito se justifica ese tono que muestra, bajo el influjo surreal de Buñuel, una lapidación inmoral y terrible. Por cierto esa imagen arrancada de un ajusticiamiento real, una pareja que hizo el amor sin estar casada, fue la semilla que hizo germinar este filme. En él se muestra, en clave onírica, el estado criminal de la ley yihadista. El sinsentido de sus normas, como obligar a una pescatera a trabajar con guantes; el horror de sus juicios, matar a quien se salta las normas, prohibir la música, borrar a la mujer de la vida pública,… todo se confronta ante la bondad natural de una sociedad que transcurre en rousseauniana armonía con la vida. Ahora bien, ¿es lícito denunciar el infierno de Auschwitz a golpe de poesía? Según lo que se responda merecerá o no ir a ver Timbuktu.