Nuestra puntuación
Los Wachowski y el caos
Título Original: JUPITER ASCENDING Dirección y guión: Andy Wachowski y Lana Wachowski Intérpretes: Channing Tatum, Mila Kunis, Eddie Redmayne, Sean Bean, Douglas Booth, Tuppence Middleton y Charlotte Beaumont Nacionalidad: EE.UU. 2015 Duración: 127 minutos ESTRENO: Febrero 2015
Como un puzzle al que le han sustraído algunas piezas, como un tebeo al que le faltan páginas, así se comporta El destino de Júpiter, el último delirio de la pareja de cineastas más delirante de nuestro tiempo: los hermanos Wachowski. Lo fácil, lo obvio, nos conduce a descalificar completamente este filme contrahecho que gira en torno a una tierna historia de amor en un futuro cosido con fragmentos provenientes de cientos de referentes. Entre ellos, los hay fácilmente señalables, pero no faltan guiños más privados que necesitarían un pormenorizado (e innecesario) análisis.
Los Wachovski alcanzaron la gloria porque supieron crear uno de esos títulos míticos que establecen un antes y un después. Para ello, para alumbrar Matrix, los hermanos más zarandeados por la crítica junto a los Farrelly, se sirvieron del imaginario japonés, libaron del anime y supieron crear un filme al que ni siquiera logró resquebrajar la segunda y tercera entrega que vino luego.
En este canto a la nueva pareja del futuro, en ese encuentro entre una reina y un sabueso, (“comparado contigo soy un perro, le dice él; me gustan los perros, le contesta ella”; en uno de los diálogos más estúpidos de los últimos tiempos) brilla la mejor virtud de los Wachovski: su desprecio al ridículo. A nada temen estos hermanos que no dudan en hacer palidecer al Dune de David Lynch y que rivaliza con el estado febril del Terry Gilliam de Brazil. Por supuesto, aquí continúan indelebles y firmes las enseñanzas del cine japonés, de Otomo a Oshii. Con todos ellos, el resultado cobra la forma de un tobogán de sensaciones que alcanza lo fascinante y lo inverosímil, la locura y el hallazgo. Como conjunto unitario no existe. Como cadáver del que extraer grandes réditos de sus formulaciones visuales, no tiene desperdicio. Esto no es una buena película, posiblemente ni sea una película; pero en su desproporcionada desproporción habitan muchos elementos para pasar un buen rato y con los que quizás se pueda hacer esa película que aquí se ha perdido.
Los Wachovski alcanzaron la gloria porque supieron crear uno de esos títulos míticos que establecen un antes y un después. Para ello, para alumbrar Matrix, los hermanos más zarandeados por la crítica junto a los Farrelly, se sirvieron del imaginario japonés, libaron del anime y supieron crear un filme al que ni siquiera logró resquebrajar la segunda y tercera entrega que vino luego.
En este canto a la nueva pareja del futuro, en ese encuentro entre una reina y un sabueso, (“comparado contigo soy un perro, le dice él; me gustan los perros, le contesta ella”; en uno de los diálogos más estúpidos de los últimos tiempos) brilla la mejor virtud de los Wachovski: su desprecio al ridículo. A nada temen estos hermanos que no dudan en hacer palidecer al Dune de David Lynch y que rivaliza con el estado febril del Terry Gilliam de Brazil. Por supuesto, aquí continúan indelebles y firmes las enseñanzas del cine japonés, de Otomo a Oshii. Con todos ellos, el resultado cobra la forma de un tobogán de sensaciones que alcanza lo fascinante y lo inverosímil, la locura y el hallazgo. Como conjunto unitario no existe. Como cadáver del que extraer grandes réditos de sus formulaciones visuales, no tiene desperdicio. Esto no es una buena película, posiblemente ni sea una película; pero en su desproporcionada desproporción habitan muchos elementos para pasar un buen rato y con los que quizás se pueda hacer esa película que aquí se ha perdido.