El buitre de la cámara obscena

foto-nightcrawlerTítulo Original: NIGHTCRAWLER Dirección y guión: Dan Gilroy  Intérpretes:  Jake Gyllenhaal, Bill Paxton, Rene Russo, Riz Ahmed, Kevin Rahm, Ann Cusack Nacionalidad:  EE.UU. 2014  Duración: 113 minutos  ESTRENO: Enero 2015

La presencia de Jake Gyllenhaal impregna todos y cada uno de los planos de esta película perturbadora, chirriante, ominosa. Gyllenhaal, (Enemy, Prisoners, Zodiac, Brokeback Mountain, Donnie Darko, …), saca aquí a relucir su vidriosa mirada ahora en un rostro al que los años le han conferido un filo inquietante. Su figura, hecha de incómoda distancia, preside y define el tono de su contenido. Resulta imposible, tras ver Nightcrawler, imaginar su contenido con un protagonista que no fuera él. Su personaje, Lou Bloom, le pertenece. Con él afronta una situación desesperada; es un desempleado que cruza sin titubeos la línea del mal, roba sin escrúpulos con gestos sin alma, ajeno a la culpa, huérfano de conciencia y ética. Se mueve como una rata en las sombras de la noche.
Paradójicamente, el título que le define, guarda una relación directa con uno de los superhéroes de X Men. Pero aquí, este merodeador nocturno carece de voluntad de hacer el bien; no es un salvador con poderes especiales ni un mutante al servicio de la humanidad. Si hay algo mutante en su naturaleza, afecta a su (a)moralidad, a una sangre de reptil fría como una mortaja, insensible y yerma. Ese merodeador es aquí un paparazzi circunstancial, un periodista espontáneo adicto al dinero que le proporciona la desgracia ajena.
Con Nightcrawler debuta como director Dan Gilroy pero, conviene recordar, su ópera prima le llega cuando ha cumplido 55 años y tras una notable carrera como guionista. Entre otras cosas, Gilroy, hijo de un dramaturgo ganador del Pulitzer de quien recibe el apellido y marido de Rene Russo, aquí presente como coprotagonista, tuvo bastante que ver en filmes como El legado de Bourne, The Fall. El sueño de Alexandria, Misión explosiva y Freejack: Sin identidad. Y como suele acontecer con guionistas de larga carrera, cuando llevan al cine como realizadores una historia propia, la escogen con una actitud de identificación extrema. Este pura sangre rodeado de profesionales de cine y la cultura por todos los lados de su vida profesional y familiar, se adentra en este proyecto con decidido afán de configurar un filme atmosférico, un texto cinético en el que la palabra sea servicial y ajustada a lo que la imagen (de)manda.
Porque de lo que aquí se trata es del perverso poder aniquilador de la imagen televisiva, de la realidad filmada, de la muerte en directo, de la ceremonia del accidente cotidiano convertido en noticia de apertura de los informativos, que se consumen desde miradas ajenas y lejanas. Sin saber nada de la piedad ni del pudor.
A Dan Gilroy le mueve una actitud próxima a la que llevó al Nicholas Ray de su ocaso a mostrarse, como un relámpago, ante la cámara ávida de Wenders. Hay un mismo duelo crítico setentero en este filme que se ancla en el legado de piezas insólitas como El fotógrafo del pánico. Un eco que llega a convertir a su protagonista, ese al que Gyllenhaal le regala su propia epidermis y su desazón, de ser un parado desesperado a convertirse en buitre de la información.
Dan Gilroy no duda en reseñar el abismo de la carroña informativa, el desesperado baile de unos informadores convertidos en buscadores de sufrimiento, miseria y agonía. El periodista devenido en psicópata, el merodeador nocturno transformado no en un justiciero de la noche sino en la hipérbole de la hiena. Una hiena dispuesta a morder y a matar para que nada estropee un plano lleno de esa carnaza que se convierte en trending topic para devoradores del nuevo circo (virtual). Un circo en el que la sangre ni d(h)uele, ¿ni mancha?
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