La chispa que enciende el motor de Autómata es la misma que ponía en movimiento 2001, una odisea espacial. O sea, un tema recurrente en la especulación del género denominado ciencia-ficción, esa etiqueta de perfiles movedizos que enhebra todas las hipótesis sobre el futuro. Son elucubraciones que aspiran a poder explicar el pasado con la intención de entender y encender el presente. Hace poco esa especulación la abordaban dos películas tan distintas entre sí como Interstellar y Orígenes.
Babadook sorprende por la claridad de sus ideas, por el sólido acervo de sus referentes y por la impagable interpretación de su principal protagonista, Essie Davis. Una mirada superficial la etiquetaría como cine de terror al uso, carne de video-club por más que ahora no haya vídeos ni nadie alquile nada.
Whisplash, algo así como latigazo -en argot más coloquial, tralla-, venía siendo para el público no angloparlante el nombre de un grupo de trash metal y el título de una canción de Metallica del álbum Kill ‘Em All. Cierto es que existen al menos dos películas (casi desconocidas) con ese título pero, a partir de ahora, el éxito comercial, la voraz dirección de Damien Chazelle y las rigurosas interpretaciones de Miles Teller y J.K. Simmons, harán que cada vez que se escuche la palabra Whisplash se imponga la turbia imagen de un ambicioso batería capaz de (sufrir) todo para alcanzar la gloria.