Autohomenaje a ritmo de efectos especiales
foto-exodusTítulo Original: EXODUS  DDirección: Ridley Scott Guión: Steven Zaillian, Adam Cooper, Bill Collage y Jeffrey Caine  Intérpretes:  Christian Bale, Joel Edgerton, John Turturro, Ben Kingsley y María Valverde Nacionalidad:  EE.UU. 2014  Duración: 150 minutos ESTRENO: Diciembre 2014
Cuando el último destello, el plano de clausura, nos permite observar entreveladamente a un viejo Moisés camino de un destino que nunca verá, Ridley Scott detiene el relato para, sobre un fondo negro, señalar que la película está dedicada a su hermano Tony. Como se recuerda, el también cineasta y hermano menor de Ridley, Tony Scott, cometió suicidio el 19 de agosto de 2012 al saltar al vacío desde el puente Vincent Thomas de San Pedro, California. Fue el mismo año en el que Ridley Scott se atrevió a dar una vuelta de tuerca a la que es su mejor película, Alien, el octavo pasajero. La tituló Prometeus y se pasó de rosca como también lo hizo un año después con El consejero, otro desvarío insustancial donde Bardem, Fassbender, Penélope Cruz, Cameron Diaz y Brad Pitt paseaban confusos y atribulados.
Ridley ha preferido esperar a este Moisés para homenajear a su hermano con un filme en el que, el recuerdo de Los diez mandamientos de Cecil B. DeMille tiene menos influjo que el recuerdo de Gladiator; tal vez el último de sus grandes éxitos. Como en el neopeplum que narraba la epopeya del emeritense Máximo Décimo, todo comienza en Exodus con una dura (e)lección. La de saber que el hijo legítimo no es la persona idónea para heredar el cetro. En Gladiator, Marco Aurelio llegaba a la muerte antes de tiempo por pretender que su sucesor no fuese su hijo sino su mejor general. En Exodus, Seti I expira con la certeza de saber que su hijo Ramsés II poco será sin el apoyo de Moisés, el huérfano perdido en el Nilo y criado con un Faraón a su lado.
De hecho, el primer tercio de Exodus se centra en ese pulso entre Ramsés y Moisés, una pantanosa, turbia y ambigua relación que algo sabe del hacer entre Ben-Hur y Messala.
Pero, el pretexto obligaba a cambiar de tercio. Lo que se ha vendido es la historia de Moisés, un personaje al que Freud desdobló en dos, a uno lo mataron los propios judíos; el otro, cargó con la culpa de la muerte del padre. Un icono bíblico al que el público de más de 40 años recuerda bajo el pétreo aspecto de Charlton Heston.
A estas alturas nadie puede esperar de Scott sutilezas ni honduras. Previsible, blando, hueco y superficial, este Scott se pertrecha en los efectos especiales, en el gran guiñol. De hecho, resultaría difícil saber qué piensa Scott (y sus guionistas) de la figura del patriarca judío; de su dios y de sus presumibles prodigios. Hace años, un esforzado y coherente Wolfgang Petersen encaraba Troya (2004) con mirada adulta y el deseo de encajar la leyenda con la realidad, el mito con lo humano. A Scott le importa un bledo la densidad dramática de Moisés, el mensaje espiritual, la dimensión simbólica o el (psico)análisis del referente histórico. De hecho, su reflejo de los principales aconteceres protagonizados por Moisés parece estar levantado con petachos. A Scott le preocupa únicamente la solemnidad del tablero de batalla. Hace medio siglo, el Moisés de Heston, una lectura ortodoxa e idealizadora del personaje, buscaba ayuda en la cultura clásica, en la escultura de Miguel Angel, en la literalidad de esa letra “sagrada”, ¿voz de Dios?
No hay ni menos ortodoxia ni más rigor en Scott. Lo que hay es un desprecio absoluto por un relato fundacional para la cultura de Occidente. Vacío de sustento, en Exodus solo nos queda el impacto visual, la electrizante recreación de algunos hechos. La primera de las plagas, la persecución de Ramses II y la caricatura de Bale imitando a Charlton Heston. DeMille miraba a Florencia, a Roma y a Hollywood. Scott copia a Batman, al videojuego y a sí mismo. Un entretenido y mediocre divertimento para ¿honrar? a un hermano muerto.
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