Dentro de mes y medio, un filme titulado como éste, El protector inaugurará el festival de Donosti y servirá para que Denzel Washington acuda a cumplimentar la necesaria aportación de glamour y lujo que reclama el Zinemaldi. Esa coincidencia, hay otras muchas películas con el mismo título, subraya el agotamiento absoluto del cine comercial.

En Las vidas de Grace habitan muchas películas. Todas giran en torno a un territorio común hecho de náufragos adolescentes arrojados en una cuneta de desafectos y desarraigos. Ese contexto común, un hogar de acogida, es el espacio en el que Destin Daniel Cretton, responsable del guión y la dirección, mete la cámara con un afán aleccionador.

En la secuencia cumbre, la única en la que el filme parece despertar insinuando un camino de irreverencia que finalmente no tomará, cuando Annie, el personaje que protagoniza Cameron Diaz, esnifa una raya de cocaína en compañía de su futuro director, un aparente ejemplar padre de familia que vela por la buena imagen del país de los sueños que se compran con dinero, la disparatada luz de los originarios Farrelly ilumina lo que hasta ese momento es pura mediocridad.