Nuestra puntuación
Amor y violencia en Palestina
foto-omar
Título Original: OMAR Dirección y guión: Hany Abu-Assad Fotografía: Ehab Assal Intérpretes: Adam Bakri, Leem Lubany,Waleed F. Zuaiter, Samer Bisharat y Eyad Hourani Nacionalidad: Palestina. 2013 Duración: 97 minutos ESTRENO: Julio 2014
 
Primero impregna la piel, luego se apodera del alma. ¿Después?, después lo inunda todo de un sentimiento de impotencia, lo arrasa todo con un duelo de melancólica fatalidad. Así funciona Omar, un filme ante el que resulta imposible permanecer impasible. Especialmente porque en estos momentos, el rosario de asesinatos de inocentes, la mayoría civiles y muchos niños, llena los titulares de las primeras páginas de los informativos que hablan del llamado conflicto palestino-israelí.
Duele constatar que, más allá de su contenido, Omar nos arroja a la cara la incapacidad del cine español para mostrar la complejidad de un estado de violencia. Su lucidez y su habilidad para ilustrar la angustia de una situación de conflicto sin incurrir en equidistancias falsas ni en equilibrios de circo, hace herida en la mayor parte de los capítulos del cine español que han intentado ilustrar la guerra civil o la violencia de la transición española y apenas han logrado un puñado de rancias estampas ejemplares. Pero esa es otra cuestión.
Lo que Omar plantea se juega en tres niveles. Uno sirve de pretexto y se llena de ecos equívocos, porque no es lo que parece. Su punto de arranque refleja los escarceos, los quiebros y requiebros amorosos de dos jóvenes palestinos en un contexto marcado por la presencia militar, en un espacio acotado por murallas de ignominia e intereses ocultos. Pero no es del amor de lo que trata Omar, por más que sean dos amantes quienes ocupen los carteles que anuncian su contenido. En un segundo nivel, Omar habla del odio, de la violencia, de la tortura y de la muerte. Aunque más que disertar sobre ello, lo que hace es mostrar y demostrar; significar que en la Palestina ocupada se levanta un laberinto emponzoñado de causas-efecto donde cada uno debe responder de sus actos. Actos que no siempre son justos, actos habitados por la venganza, hijos del agobio y el rencor pero también provocados por una sed de justicia que no responde a lo que parece.
Ese caldo de cultivo abonado por la sangre, se alza como el telón de fondo para que aparezca el tercer y definitivo nivel en el que se mueve el filme. Ese barro que habita en el fondo de Omar oculta sin duda el aspecto más inquietante, el que da un paso más allá del consabido juego de buenos y malos, de inocentes y culpables. Hany Abu-Assad ya se había ganado el respeto por Paradise Now (2008), un filme multipremiado justamente, una radiografía sobre los kamikazes palestinos. Ahora, el cineasta nacido en Nazaret, entrelaza Shakespeare con Le Carré para abismarse en la fragilidad de la voluntad del ser humano. Lo mejor de Omar no reside en los suspiros de unos amantes engañados, ni en la crónica de una Palestina en agonía permanente desde hace demasiados años. El quiebro que convierte en extraordinaria lo que de otro modo sería solo una buen película, reside en la capacidad de Abu-Assad para adentrarse en los pliegues de la traición y el miedo. En su sólido constructo argumental. Y en su excelsa calidad interpretativa, mención de oro para Adam Braki, el Omar del título.
Si hay un buen guión, una buena interpretación, una sólida dirección y un brillante montaje, hay un cine de muchos quilates que no podrá parar las bombas, pero que consigue transmitir el duelo de ese rencor que nunca cesa.

Deja una respuesta