Descerebrados en apuros
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Título Original: LA CUEVA Dirección: Alfredo Montero Guión: Alfredo Montero y Javier Gullón Intérpretes: Marcos Ortiz, Marta Castellote, Eva García Vacas, Jorge Páez y Xoel Fernández Nacionalidad: España. 2014 Duración: 76 minutos ESTRENO: Julio 2014
 
La cueva supuso una atípica experiencia fílmica. Para llegar a este formato que ahora se ofrece en los cines, tuvo una existencia anterior. Luego se filmaron nuevos planos y asumió un remontaje nuevo. Al comienzo, se filmó con una escandalosa escasez de medios. Al final, con la ambición de seguir caminos más o menos rentables como el que representa la trilogía (pronto tetralogía) de REC. Como la saga aludida, La cueva asume formalmente los estilemas de ese cine de cámara subjetiva al estilo de El proyecto de la bruja de Blair. Pero La cueva encaró una sustancial diferencia. Su miedo, el que proyecta sobre el público, no emana de fenómenos paranormales o fantásticos. Su terror es de este mundo y surge a partir de una situación que ejemplifica lo torpes que podemos ser los seres humanos.
Su rodaje, el primero y el segundo, significó un martirio para los actores y un (presumible) destrozo para el entorno natural en el que se rodó, una de las muchas cuevas que se encuentran en la isla de Formentera y en cuyo interior, un grupo de descerebrados, cincelados al modo de precedentes ilustres vistos en filmes que van de La matanza de Texas a Posesión infernal, protagonizan esa convencional puesta en escaparate según el modelo procesual de ¿quién será el siguiente?
O sea, un grupo de amigos de marcado carácter arquetípico: la guapa tonta, la discreta lista, el fuerte bruto, el insípido blando y el cretino insoportable, se aventuran sin motivo ni reflexión en el interior de una cueva. Como no hay señalización ni puesto de información, salvo alguna rata y muchos agujeros, lo que parecía una plácida excusión se convierte en una trampa; en un sálvese quién pueda.
Alfredo Montero, director debutante, se conduce con tanto esmero como rigor. Fiel a la idea de partida, Montero no acude al más allá, pero no puede evitar que el maniqueísmo de sus personajes no provoque el más mínimo afecto ni interés. En el fondo, la suerte de esos náufragos, perdidos en una cueva por su mala cabeza, no nos interesa.
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