Ongi etorri a las Vascongadas

Título Original: OCHO APELLIDOS VASCOS Dirección: Emilio Martínez-Lázaro    Guión:  Borja Cobeaga y Diego San José Intérpretes: Clara Lago, Dani Rovira, Carmen Machi y Karra Elejalde  Nacionalidad: España. 2014  Duración:  98 minutos ESTRENO: Marzo 2014

 
Aunque la batuta de la dirección recae en Emilio Martínez Lázaro -un veterano realizador madrileño-, la partitura ha sido co-escrita por Borja Cobeaga. De hecho todo en esta desopilante comedia reclama su firma. La lucha de sexos entre un señorito andaluz de gomina en pelo y Virgen en vena, enfrentado a una neska guerrera, de flequillo perfilado y cabreada con su aita, funciona bien. En dos días, 8 apellidos vascos ha arrasado; tanto en Euskadi como en el resto del Estado. Si había dudas sobre la eficacia del humor vasco, queda despejada la incógnita: todo el público aplaude a rabiar mientras la crítica aplica displicencia y escatima elogios porque… la comedia siempre parece un género menor, algo poco serio. 
Error mayúsculo. De no ser por un comienzo atropellado, carece de un preámbulo necesario que hubiera hecho más comprensible el enojo de su protagonista femenina; y de no ser por un desenlace previsible hasta en la ¿gratuita? presencia de Los del Río; estaríamos ante una comedia redonda. Casi lo es porque Cobeaga y San José se han aplicado con oficio y generosidad. Y también, porque los actores, especialmente los veteranos, Elejalde y Machi, funcionan incluso en su sobreactuación.
Cine de cartografía reconocible, hay en él, al menos, cuatro columnas vertebrales. La principal proviene de series como ¡Vaya semanita!  Años de recrear la actualidad, capítulos y capítulos aportando la capacidad de retorcer lo real para desdramatizar lo cotidiano, han hecho de Cobeaga y San José unos expertos ilustradores del costumbrismo del siglo XXI. Luego hay dos referentes argumentales reconocibles. Uno mira a la Francia de Bienvenidos al Norte; el otro al Hollywood de El padre de la novia. Todos ellos aportan nutrientes y vitaminizan su argumento. El cuarto y menos evidente, lo emparenta con La vida de Brian y su bisturí para caricaturizar los tabús, para humanizar lo sagrado. Si Martínez Lázaro y sus guionistas hubieran sido menos ingenuos y más mordaces, este filme, además de arrasar en taquilla, podría haber sido un clásico a la altura de El verdugo.
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