El reparto actoral denota, esquinadamente, una declaración de principios sobre las querencias de quien lo (con)forma. Los actores llevan impresa en su piel, como un palimsepsto orgánicamente vivo, reflejos de los personajes que han sido. Son lo que son más la suma de esos ecos que resuenan en su ADN curricular. Wes Anderson, tras el crédito acumulado por su orfebrería de luna y sueño titulado Moonrise Kingdom, insiste en esas superposiciones con un reparto abrumador. Ninguno de sus intérpretes pertenece al territorio de lo blando.
Desde el plano de apertura, Neil Jordan subraya su intención de hacer un filme personal, una película de autor a partir del más libre de todos los géneros: el fantástico. Y dentro de él, Jordan regresa a un territorio hollado por él mismo: el que reescribe uno de los pocos mitos de la modernidad: el vampirismo. Jordan, que ahora ocupa un lugar periférico en el mercado de valores del cine actual, empieza con la palabra The End.
No hay director español cuyas películas hayan convocado tantos espectadores como Jaume Collet-Serra. Cuando debutó con La casa de cera (2005), lo hizo a lo grande con un filme pequeño. No es fácil empezar a dirigir y que Paris Hilton sea una de las actrices dispuestas a ser víctima del sadismo de un guión repleto de violencia extrema y mal rollo.